Narrador Omnisciente
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El reloj marcaba las 11 de la mañana en Los Ángeles cuando Daniel Harrington terminó de abotonarse la camisa blanca frente al espejo. Cada botón que cerraba parecía ser más difícil que el anterior, como si tejiera sobre su pecho una red invisible que le recordaba todo lo que no podía ser, todo lo que no podía decir. El celular descansaba en su hombro, sostenido entre su oreja y su mejilla, mientras con una mano libre alisaba las mangas de su camisa arrugada.
La voz de Arielle flotaba al otro lado de la línea, aparentemente fresca, casi despreocupada. —El proyecto salió bien —mencionó ella—. Dimos una buena impresión, y estaremos de regreso pronto —aseguró con naturalidad.
Daniel dejó escapar una risa suave, aunque fue más una exhalación que otra cosa, mientras tiraba de los puños de su camisa y los ajustaba. El reflejo en el espejo le devolvía la imagen de un joven elegante, pulcro, correcto. Justo como debía ser. Justo como todos esperaban que fuera.
—Me alegra