Perspectiva de CassianFrunzo el ceño al ver a Darius. No esperaba verlo aquí. Y menos hoy, sin previo aviso.Mi hermano se acerca con ese andar relajado que siempre ha tenido, mostrándose seguro y carismático. Siempre ha tenido una presencia elegante, audaz, imposible de ignorar. Pero lo que realmente me molesta ahora, es la forma en que su mirada se desliza hacia Arielle. No es descarada, ni burda. Es apenas una fracción de segundo más larga de lo necesario, pero suficiente para que mis músculos se tensen.Hay algo en su expresión, en ese ligero levantamiento de ceja, en el modo en que detalla su figura antes de hablar. Que alerta mis sentidos.Arielle le sonríe con cortesía, sin darle demasiada importancia. Es educada, como siempre. Y él, claro, aprovecha para tomar su mano entre las suyas. La sujeta con sutileza y demora en soltarla.Entonces yo me acerco.—¿Qué haces aquí, Darius? —pregunto sin adornos, sin necesidad de fingir entusiasmo.Él no aparta los ojos de Arielle mientras
Me aseguro de que Darius haya salido completamente antes de dejar el despacho. Camino por el pasillo con calma, aunque cada fibra de mi cuerpo todavía está tensa por su visita. Su sonrisa falsa, sus insinuaciones, esa mirada que le lanzó a Arielle... todo se agolpa en mi cabeza como un veneno que empieza a correr lento pero seguro. No me gusta. No me gusta nada.Pero hay algo que debo hacer antes de seguir con cualquier otra cosa. Si voy a tomar el control de esto, si voy a quedarme con Arielle como deseo hacerlo, tengo que empezar por cumplir mi palabra. Empezar por mi hija.Me detengo frente a la puerta de Seraphina. Dudo solo un segundo antes de alzar la mano y tocar con los nudillos. Un par de segundos después, la puerta se abre con un leve chirrido y mi hija aparece con una camiseta amplia y el cabello recogido en un moño descuidado. Tiene dieciocho, pero su mirada ya carga el escepticismo de alguien que ha visto más de lo que debería.—¿Papá? —me dice con naturalidad, arqueando
El comedor está silencioso cuando llego. Las luces cálidas bañan la mesa de caoba impecablemente servida, y por un instante, lo único que escucho es el leve tintinear de los cubiertos al acomodarlos. Mi mirada se desliza inevitablemente hacia ella. Arielle. Sentada a la izquierda de Daniel, luce hermosa incluso cuando se esfuerza por parecer indiferente. La forma en que evita el contacto visual con Seraphina es evidente. No han intercambiado ni una palabra. Y aunque mi hija puede ser encantadora cuando quiere, no lo está siendo esta noche.Me paso la mano por el mentón mientras tomo asiento en la cabecera de la mesa. No será fácil. No cuando la mujer de la que le hablé es su cuñada. No cuando Seraphina apenas la tolera.Daniel rompe el silencio.—Hablando de Vortex, papá... —dice mientras se sirve otra porción de carne y luego empuja el plato hacia Arielle, ofreciéndole también—. Todo estuvo bajo control durante tu ausencia. El informe de ventas superó nuestras expectativas.Lo escuch
Perspectiva de Rossy.Miro el reloj de la cocina por tercera vez en los últimos minutos. Las manecillas marcan más de las ocho. Pienso que ya deben estar de regreso. Arielle y su suegro que está hecho un monumento.Suspiro hondo. El vino tinto me espera, derramando su aroma frutal sobre la encimera. Vuelvo a dudar en llamarle. Me muerdo el labio, mientras mis dedos tamborilean en la encimera y me sirvo una copa, para luego regresar a la sala y dejarme caer en el sofá de terciopelo gris que compré en una oferta —peleandome con una señora— y que ahora luce igual de hermoso y cómodo.El primer sorbo me quema la lengua con dulzura. Me relaja. Cierro los ojos, y de inmediato viene a mi esa imagen… ese maldito momento que no se va.La mirada de Edward sobre mi falda rota, o mejor dicho, sobre mi muslo, mientras luchaba por mantener la tela en su lugar. Sonrío, porque ese hombre me encanta. Me encanta de una manera que no debería. Su poder, su elegancia, esa frialdad que se le cae a pedazo
Siento el aire en la catedral denso, casi sofocante, mientras observo a mi alrededor sintiendo que este corse está impidiéndome respirar con normalidad.Mis dedos tiemblan alrededor del ramo de lirios blancos, pero aprieto con fuerza, intentando que nadie lo note. Las flores son perfectas, igual que todo lo demás. Porque, por supuesto, un evento como este no se lleva a cabo todos los días y todo debe ser perfecto.«Mi padre se ha asegurado de eso»Me digo a mí misma que esta boda es lo mejor para todos. Para la empresa, para mi futuro, para asegurar mi lugar en un mundo que no perdona la debilidad. Y Daniel Harrington es el esposo perfecto en ese plan cuidadosamente diseñado.Miro de reojo al hombre que está a mi lado, esperando con su porte pulcro y mirada en alto. Es atractivo, lo admito. Serio, educado, con una elegancia natural que encajaría en cualquier portada de negocios. Pero su mirada… su mirada siempre es distante, reflejando que este compromiso le importa tan poco como a mí
—No es una petición, Arielle. Es una decisión. La voz de mi padre retumba en el despacho con una calma que resulta más amenazante que cualquier grito. Está sentado detrás de su escritorio de madera oscura, con la espalda recta y las manos cruzadas sobre un expediente que lleva mi nombre. Lo observo en silencio, intentando ignorar la opresión en el pecho mientras él me sostiene la mirada con esa frialdad que tan bien domina. Imponente. Intocable. Siempre ha sido así. Un hombre que no acepta un no por respuesta. Un hombre que construyó un imperio tecnológico desde cero y que espera que su única hija esté a la altura de ese legado. —¿Por qué él? —pregunto, rompiendo el maldito silencio que flota en la habitación. Mi voz no tiembla. Nunca lo hace delante de él. —Porque no hay nadie más que pueda salvarnos —responde. Directo, sin rodeos. Mi padre nunca adorna la verdad. Afuera de este despacho, el mundo cree que seguimos siendo intocables, pero aquí dentro no hay espacio para ilusion
Me inclino contra la barra antes de responder a su pregunta, sosteniendo mi copa de whisky con la delicadeza que, si mi madre viviera, consideraría "impropia de una dama". Pero esta noche no soy una dama. Esta noche no soy la hija obediente ni la prometida perfecta que mi padre quiere que sea.—Algo así —respondo al fin, sosteniéndole la mirada.—¿Y qué se celebra? —pregunta con su voz grave. Con un tono seductor que le sale natural.—Mi última noche de libertad —suelto, elevando la copa hasta mis labios.No sé por qué lo digo. Quizá porque su presencia me hace olvidar de momento lo que había estado sintiendo.Él apoya un codo en la barra, inclinándose apenas hacia mí. Su proximidad es abrumadora.—Eso suena a un desafío —dictamina con la voz más rasposa.Me observa con esos ojos oscuros, cargados de una intensidad que no debería revolverme el estómago de esta manera. Me gusta. Más de lo que debería.—Entonces, ¿por qué sigues aquí? —pregunta, con su voz es tan baja que apenas se escu
El silencio del amanecer me envuelve cuando deslizo las sábanas con cuidado y bajo los pies al suelo alfombrado.El aire de la habitación es cálido, pero mi piel desnuda se eriza al contacto. No por frío. No realmente. Es la sensación residual de lo que pasó aquí. De lo que hice.Busco mis tacones junto a la cama, con movimientos lentos, evitando cualquier ruido innecesario. No porque me arrepienta. Tampoco es que quiera huir. Simplemente… porque ya no hay nada más que hacer aquí.Ajusto el tirante de mi vestido mientras me levanto. El satén negro está arrugado y sube demasiado en mis muslos, recordándome cómo me lo arrancó anoche con una mezcla perfecta de desesperación y control.Doy un paso hacia la puerta cuando escucho su voz.—¿Ya te vas? —pregunta con la voz ronca.Me congelo. Y no es la idea de que me haya descubierto, es ese tono tan tranquilo, como si hubiera estado esperando que lo hiciera.Me giro lentamente, encontrándome con su mirada. Está recostado contra el cabecero,