Inserte voz de Patricia Fernández: ¡DESGRACIADO! Pobre Rossy le toca trabajar más para que el papi de su amiga la tenga otra vez en su oficina.
No tengo nada más que hacer. Lo sé.Terminé mis pendientes hace más de una hora, pero sigo aquí, atrapado frente a la pantalla, fingiendo que algo en este montón de correos importa.El reloj marca las seis y media. El edificio entero respira un silencio denso. Todos se han ido. Todos, menos Rossy.Sigue aquí por mi culpa, revisando un documento que sé perfectamente no necesita correcciones. No hay errores. No hay nada que ajustar.No hay justificación lógica para su estancia.Solo la necesidad irracional, absurda e inmadura, de verla una vez más antes de que desaparezca en la noche.Sé que estoy loco. Que esto no es propio de mí.No debería actuar como un adolescente desesperado, aferrándome a excusas patéticas para alargar su presencia en mi vida.Pero no me importa un carajo.Cuando escucho el golpe leve en la puerta, mi cuerpo entero reacciona como si me hubieran inyectado corriente.—Adelante —digo, con una voz que suena más fría de lo que me siento.La puerta se abre y ella entra.
Narrador Omnisciente.El reloj marcaba las 11 de la mañana en Los Ángeles cuando Daniel Harrington terminó de abotonarse la camisa blanca frente al espejo. Cada botón que cerraba parecía ser más difícil que el anterior, como si tejiera sobre su pecho una red invisible que le recordaba todo lo que no podía ser, todo lo que no podía decir. El celular descansaba en su hombro, sostenido entre su oreja y su mejilla, mientras con una mano libre alisaba las mangas de su camisa arrugada.La voz de Arielle flotaba al otro lado de la línea, aparentemente fresca, casi despreocupada. —El proyecto salió bien —mencionó ella—. Dimos una buena impresión, y estaremos de regreso pronto —aseguró con naturalidad.Daniel dejó escapar una risa suave, aunque fue más una exhalación que otra cosa, mientras tiraba de los puños de su camisa y los ajustaba. El reflejo en el espejo le devolvía la imagen de un joven elegante, pulcro, correcto. Justo como debía ser. Justo como todos esperaban que fuera.—Me alegra
Perspectiva de Arielle.Me acomodo en el asiento del jet privado una vez que hemos aterrizado, enderezo la espalda y deslizo las manos por mi vestido, mientras mi corazón late frenéticamente. Sé que estamos por terminar aquel sueño suspendido que vivimos en Zúrich, ese paréntesis del mundo real donde Cassian y yo nos pertenecíamos sin culpa ni barreras.Cassian no ha dicho una sola palabra desde que abordamos el avión. Me habla solo cuando es indispensable, y cuando lo hace, su voz es esa versión neutra, medida, que aprendí a descifrar. Ese tono que aparenta calma, pero detrás de él arde el fuego que nos consume.El silencio que se instala entre nosotros no es incómodo. Es expectante. Como si aún estuviéramos suspendidos en una pausa que ninguno quiere romper.Durante el vuelo, hubo miradas. Largas, cargadas, llenas de ese lenguaje privado que nadie más entiende. Recuerdo esos pequeños momento de calma que cada vez parecen más lejanos, como el observarlo mientras duerme. O sintiendo
Perspectiva de CassianFrunzo el ceño al ver a Darius. No esperaba verlo aquí. Y menos hoy, sin previo aviso.Mi hermano se acerca con ese andar relajado que siempre ha tenido, mostrándose seguro y carismático. Siempre ha tenido una presencia elegante, audaz, imposible de ignorar. Pero lo que realmente me molesta ahora, es la forma en que su mirada se desliza hacia Arielle. No es descarada, ni burda. Es apenas una fracción de segundo más larga de lo necesario, pero suficiente para que mis músculos se tensen.Hay algo en su expresión, en ese ligero levantamiento de ceja, en el modo en que detalla su figura antes de hablar. Que alerta mis sentidos.Arielle le sonríe con cortesía, sin darle demasiada importancia. Es educada, como siempre. Y él, claro, aprovecha para tomar su mano entre las suyas. La sujeta con sutileza y demora en soltarla.Entonces yo me acerco.—¿Qué haces aquí, Darius? —pregunto sin adornos, sin necesidad de fingir entusiasmo.Él no aparta los ojos de Arielle mientras
Me aseguro de que Darius haya salido completamente antes de dejar el despacho. Camino por el pasillo con calma, aunque cada fibra de mi cuerpo todavía está tensa por su visita. Su sonrisa falsa, sus insinuaciones, esa mirada que le lanzó a Arielle... todo se agolpa en mi cabeza como un veneno que empieza a correr lento pero seguro. No me gusta. No me gusta nada.Pero hay algo que debo hacer antes de seguir con cualquier otra cosa. Si voy a tomar el control de esto, si voy a quedarme con Arielle como deseo hacerlo, tengo que empezar por cumplir mi palabra. Empezar por mi hija.Me detengo frente a la puerta de Seraphina. Dudo solo un segundo antes de alzar la mano y tocar con los nudillos. Un par de segundos después, la puerta se abre con un leve chirrido y mi hija aparece con una camiseta amplia y el cabello recogido en un moño descuidado. Tiene dieciocho, pero su mirada ya carga el escepticismo de alguien que ha visto más de lo que debería.—¿Papá? —me dice con naturalidad, arqueando
El comedor está silencioso cuando llego. Las luces cálidas bañan la mesa de caoba impecablemente servida, y por un instante, lo único que escucho es el leve tintinear de los cubiertos al acomodarlos. Mi mirada se desliza inevitablemente hacia ella. Arielle. Sentada a la izquierda de Daniel, luce hermosa incluso cuando se esfuerza por parecer indiferente. La forma en que evita el contacto visual con Seraphina es evidente. No han intercambiado ni una palabra. Y aunque mi hija puede ser encantadora cuando quiere, no lo está siendo esta noche.Me paso la mano por el mentón mientras tomo asiento en la cabecera de la mesa. No será fácil. No cuando la mujer de la que le hablé es su cuñada. No cuando Seraphina apenas la tolera.Daniel rompe el silencio.—Hablando de Vortex, papá... —dice mientras se sirve otra porción de carne y luego empuja el plato hacia Arielle, ofreciéndole también—. Todo estuvo bajo control durante tu ausencia. El informe de ventas superó nuestras expectativas.Lo escuch
Perspectiva de Rossy.Miro el reloj de la cocina por tercera vez en los últimos minutos. Las manecillas marcan más de las ocho. Pienso que ya deben estar de regreso. Arielle y su suegro que está hecho un monumento.Suspiro hondo. El vino tinto me espera, derramando su aroma frutal sobre la encimera. Vuelvo a dudar en llamarle. Me muerdo el labio, mientras mis dedos tamborilean en la encimera y me sirvo una copa, para luego regresar a la sala y dejarme caer en el sofá de terciopelo gris que compré en una oferta —peleandome con una señora— y que ahora luce igual de hermoso y cómodo.El primer sorbo me quema la lengua con dulzura. Me relaja. Cierro los ojos, y de inmediato viene a mi esa imagen… ese maldito momento que no se va.La mirada de Edward sobre mi falda rota, o mejor dicho, sobre mi muslo, mientras luchaba por mantener la tela en su lugar. Sonrío, porque ese hombre me encanta. Me encanta de una manera que no debería. Su poder, su elegancia, esa frialdad que se le cae a pedazo
Siento el aire en la catedral denso, casi sofocante, mientras observo a mi alrededor sintiendo que este corse está impidiéndome respirar con normalidad.Mis dedos tiemblan alrededor del ramo de lirios blancos, pero aprieto con fuerza, intentando que nadie lo note. Las flores son perfectas, igual que todo lo demás. Porque, por supuesto, un evento como este no se lleva a cabo todos los días y todo debe ser perfecto.«Mi padre se ha asegurado de eso»Me digo a mí misma que esta boda es lo mejor para todos. Para la empresa, para mi futuro, para asegurar mi lugar en un mundo que no perdona la debilidad. Y Daniel Harrington es el esposo perfecto en ese plan cuidadosamente diseñado.Miro de reojo al hombre que está a mi lado, esperando con su porte pulcro y mirada en alto. Es atractivo, lo admito. Serio, educado, con una elegancia natural que encajaría en cualquier portada de negocios. Pero su mirada… su mirada siempre es distante, reflejando que este compromiso le importa tan poco como a mí