Capítulo 2 — El otro padre de mi hijo

✧LUCAS✧

Desde el fatídico día en que recibí los resultados de mi examen de casta, mi vida dio un volantazo estrepitoso. 

Poco después de haber cumplido diez, todos mis sueños se vieron truncados cuando mi padre lanzó frente a mí la hoja que le llegó del laboratorio. 

Él esperó esos resultados con ilusión durante dos semanas, así que enterarse de que su único hijo, el cual estaba casi seguro sería un alfa, resultó ser un débil e inútil Omega.  

En la sociedad en la que vivo, los Omegas representaban el diez por ciento de la población total. Según las últimas encuestas realizadas, aquel número iba en descenso. 

Lo cual es extremadamente preocupante para la casta dominante, pero no tanto para los betas, quienes veían con buenos ojos que la sociedad de alfas se viera erradicada en su totalidad, al punto, de que la pirámide social predominante diera un giro en conveniencia a sus intereses.  

En la cima se encontraban los Alfas pura sangre, seguidos de los alfas comunes, los betas y por último, los Omegas.

Superar los prejuicios, seguir una carrera en el campo de la medicina, y administrar mi propia clínica privada; una especializada en pacientes Omegas en situaciones vulnerables, es la manera en la que defino mi éxito. 

El trabajo que realizo junto a un puñado de fundaciones que me respaldan paso a paso, será mi legado al mundo. Eso… y mi bebé. 

Bien, ya basta de divagaciones, es hora de regresar a la realidad con el Señor Alfa Pura Sangre de mirada aterradora. 

Envolví mis brazos protectoramente alrededor de mi pancita. No confiaba en las intenciones de un extraño que irrumpe en oficinas ajenas como si fuera el dueño del mundo.

Quizás él lo creía así. Y no necesitaba preguntarle cuál era su casta, ya que su contextura, aroma y exquisito gusto para vestir, hablaban por si solos. 

La boca del Alfa era una sola línea recta, cuando sus ojos grises se dirigieron a los míos. Su mirada inquisidora penetraba mi piel y carne hasta los huesos.  

—Supongo que tú eres el señor Chambers.

Los niveles de desprecio en su tono iban en aumento segundo a segundo. 

—Disculpe, señor… ¿Quién es usted y por qué irrumpió en mi oficina de esa manera?

Miré sobre su hombro, el cual era fuerte y amplio.  

Amelia había desaparecido de la oficina, y, de fondo, podía escucharla hablar por teléfono con los de seguridad.

Gracias a Dios…

—Iré al grano —dijo, para posteriormente, pasar una mano sobre su exasperado rostro—. Yo soy el padre del bebé que llevas allí —señaló mi pancita.

Bufé como respuesta a aquel disparate. Aquello era imposible. Yo mismo me encargué de llenar cada forma, y leer cada cláusula para llevar a cabo el proceso de Inseminación Artificial. Además, escogí específicamente a un alfa común como donante.

Incluso, me decanté por un pelirrojo. 

Así que estaba claro que mi bebé no tenía nada que ver con el alfa que se encontraba de pie frente a mí. 

Yo jamás leí la descripción de un hombre como él en el catálogo de muestras. Conseguir material genético de un Alfa Pura Sangre en un banco de esperma es —prácticamente— imposible. 

Si una clínica de Fertilidad tenía acceso al Santo Grial que salía de las bolas de un Alfa Superior, era única y exclusivamente para realizar procedimientos de fecundación extraordinarios. 

Como, por ejemplo: Un matrimonio de alfas que había optado por la Gestación subrogada, la que consistía en pagarle a un Omega de escasos recursos para que lleve en su vientre al hijo o hija de la pareja.

Otra opción, y era la menos frecuente, radicaba en aquellos matrimonios donde el Omega tiene serias dificultades para concebir, y necesita ayuda especializada. Por lo general, no hablamos de Omegas comunes, ya que un alfa Supremo jamás se aferraría a una pareja que no pudiera darle cachorros. Así que, si era imperioso embarazar a un Omega a toda costa, significaba que había intereses económicos entre ambas partes, o, aún más extraño, sería saber que entre ese Omega y ese alfa que intentan ser padres, había amor y un profundo deseo por formar una familia.  

El hombre frente a mí elevó su espesa y estilizada ceja. Él aguardaba por mi reacción a lo que acababa de decir, y lo único que escapó de mis labios en ese preciso momento fue:

—¿De qué rayos está hablando? 

—¿Quedaste embarazado gracias a un procedimiento de Inseminación Artificial en la clínica Life Fertility del doctor Evans? ¿No es así?

Aquello era cierto, pero no dignifiqué su pregunta con una respuesta. No después de que ha sido tan grosero desde que llegó a mi oficina.

—Mira, no sé cómo conseguiste mi nombre y esta dirección, pero déjame decirte que lo que estás haciendo es ilegal —mencioné de forma sosegada, o al menos lo intenté—. Cuando donaste tu esperma y recibiste una paga por ello, renunciaste a cualquier tipo de reclamo de esta naturaleza. Ni siquiera deberías saber en quién se usó tu material genético, ¿comprendes la gravedad del problema? Acabas de vulnerar mi derecho a la privacidad.

—Eres médico, así que debes saber que eso es imposible. Soy un Alfa Pura Sangre, ¿por qué demonios donaría mi esperma por dinero? Claramente, la clínica cometió el error de utilizar mi esperma, el cual no estaba destinado al banco de donantes —dijo con dientes apretados. Y como si la situación no fuera de por sí aterradora, él se reclinó sobre mi escritorio, sus manos grandes y toscas hicieron ruido al chocar con la madera.  

Vaya, me queda claro que alguien con su perfil psicológico jamás habría pasado los filtros para convertirse en donante.

—Lo mejor para ambos será que se calme —intenté mediar, pero él elevó su mano y me señaló con su índice. 

Mis ojos se abrieron de par en par ante tal falta de respeto. Iba a decir lo que opinaba sobre su falta de educación, cuando su voz profunda e intimidante se abrió paso entre ambos.

—No aceptaré que me excluyas de la vida de mi hijo —bramó, solemne.

Solté una risita floja por la pura incredulidad. 

Al alfa frente a mí no parecía importarle más la educación y el respeto que debía mostrar frente a alguien a quien acababa de conocer. Así que le devolví el favor. 

—¿Disculpa? ¿Quién rayos te crees que eres para venir a mi oficina y hablarme de esa manera?

El extraño se echó para atrás con una sonrisa ladina. El muy presumido me miró con condescendencia en cuanto hurgaba bajo su traje a la medida. 

—Ahora que lo recuerdo, no me he presentado —me extendió una tarjeta negra con su nombre impreso, y un número de teléfono—. Mi nombre es Nathan Sallow, soy el propietario de la constructora SALLOW CORPORATION

—Me gustaría decir que me da gusto conocerlo, pero la verdad es que... —aclaré mi garganta con tirria—. Me desconcierta su visita, y me gustaría finalizar esta conversación aquí. 

—Sí, comprendo —dijo con calma, por primera vez desde que cruzó por la puerta—. Pero tenemos que tratar este tema con nuestros respectivos abogados.

—¿Abogados?

M*****a sea, ¿por qué me pasa esto a mí?

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