Capítulo 3 — Su verdad

✧LUCAS✧

Todo esto debía tratarse de una broma. 

No era así como imaginé que atravesaría mi "Dulce Espera".

Justo ahora me encontraba al teléfono con un viejo amigo, al que llevaba más de un año sin ver en persona. Él era el mejor abogado que conocía.

Gracias a sus habilidades en el juzgado, conseguí conservar mi hogar y mi auto, tras el calamitoso divorcio por el que atravesé tiempo atrás. 

Gracias a él, mi exesposo se fue de casa con la vajilla que nos regaló su tía, la tostadora y la cafetera.

Ese maldito imbécil pretendía dejarme en la calle, pero no lo consiguió.

El alfa Jude Paltrow, abogado de profesión, respondió positivamente a mi pedido de ayuda, y ambos coordinamos reunirnos lo más pronto posible para hablar sobre el tema a profundidad. 

Minutos después, Amelia entró a mi oficina con una expresión asesina en sus bonitas facciones. 

—Jefe, el equipo de seguridad del centro comercial quiere saber si aún necesita ayuda con ese problema —dijo, volteando su mirada hacia el sofá para visitas, donde Nathan Sallow se hallaba realizando un par de llamadas. 

Por los pequeños fragmentos de conversación que alcancé a escuchar, él se encontraba en contacto con sus abogados. Y sí, él habló en plural sobre ellos. Al parecer, su compañía constructora requería un buen bufete de abogados respaldándolos, y ahora, el señor Sallow poseía un equipo especial para repartir cuantas demandas fueran necesarias.

Tomé asiento en mi silla ortopédica, mientras observaba al alfa cuyo esperma echaba raíces en mi vientre. Bueno, Jude mencionó de pasada algo relacionado con una prueba de ADN. Había una baja tasa de probabilidad de que el temperamental hombre que entró a mi oficina como un huracán no fuera el padre biológico de mi bebé, pero era necesario descartar un posible error en su acusación inicial.

¿Qué tal si se equivocó de persona y su hijo se encontraba en el vientre de otro Omega?

Era mejor saberlo desde ya, así nos ahorraríamos muchos problemas. 

Mientras contemplaba la posibilidad de verme envuelto en una trifulca legal, acaricié distraídamente mi vientre abultado. Toda esta situación no le hacía ningún bien al bebé.

Me quedaba un mes más de trabajo antes de tomarme libre el último tramo de mi embarazo. Si por mí fuera, trabajaría en mi consultorio hasta una semana antes de que naciera el bebé, pero, por recomendaciones médicas, entre ellas la mía, decidí conseguir un remplazo temporal.

Una joven doctora beta se encargaría de mi clínica el tiempo que fuera necesario. 

Eso me quitaría un enorme peso de encima.  

Hice una mueca tras sentir un pinchazo en mi pancita, así que la acaricié con más insistencia.

—¿Necesitas algo? —preguntó el intimidante alfa con el ceño fruncido. Había algo parecido a preocupación en sus atractivas facciones—. Ya casi es la hora del almuerzo.

—No tengo apetito... —murmuré. 

Me sentía agotado, tanto emocional como físicamente. 

Y todo gracias a él. 

—Inaceptable —sentenció, solemne—. Debes alimentarte correctamente por el bebé. Mañana irás con una nutrióloga de mi confianza, luego, te llevaré con el doctor de cabecera de mi familia, él me ha tratado desde que estaba en el vientre de mi madre, así que no debes preocuparte por nada.

Aquello no... 

No estaba bien...

Partiendo del simple hecho de que yo era un médico, y que poseo mi propio especialista encargado de monitorear mi embarazo, ese alfa se estaba tomando libertades que no correspondían.   

—¡Aguarda un segundo! —solté con una sonrisa consternada—. ¿Qué crees que estás haciendo?

—Estoy cumpliendo con mi deber como padre —mencionó aquello como si mi pregunta fuera la cosa más absurda que escuchó en el día.

—Oh, no, claro que no.

—¿Realmente quieres hacer esto por las malas? —inquirió irritado.

Me disponía a responder a su estúpido comentario sobre si estaba dispuesto a pelear por mi derecho de criar a mi bebé solo, tal y como yo lo decidí en primer lugar, pero tomé una larga y profunda inhalación de aire, la que, por desgracia, se encontraba contaminada con las feromonas de un alfa sobre protector.   

¿Quién rayos se creía que era para expulsar de su cuerpo feromonas de “autoridad”? 

No era mi culpa que la clínica cometiera un error, pero en este punto, a lo que a mí respecta, no planeo presentar un reclamo.

¿Tengo derecho a hacerlo?

Sí, lo tengo.

Pero, hacerlo real, era una manera indirecta de renegar sobre mi hijo y no, no estaba dispuesto a hacer algo como eso.

Amo a mi bebé.

Y no permitiré que nadie se interponga.

—Escucha —dijo el señor Sallow tras un suspiro pesado—. Sé que este bebé es tuyo, ¿de acuerdo? Pero necesito que comprendas que también es mi hijo. Es tan tuyo como mío.

Negué. Porque no, no era cierto. 

¡Diablos! Yo solo pagué por el esperma de un alfa común, quien según su descripción tenía ojos verdes y era pelirrojo. 

Eso era todo lo que anhelaba. 

Pensándolo bien, la clínica de reproducción asistida sí merecía una buena demanda de mi parte. No solo por introducir en mí el material genético de un alfa supremo, sino también, porque le proporcionó a este hombre información confidencial. 

—Señor Sallow, ¿cómo consiguió todos mis datos? ¿Quién le proporcionó mi información privada?

El alfa se puso de pie, caminó un par de pasos hasta las sillas frente a mi escritorio, y tomó asiento una vez más con la confianza propia de alguien que cree que es el dueño del mundo.  

—Por medio de mis abogados, persuadimos al doctor Evans de que nos diera tu nombre y todos los detalles sobre el estado del bebé, es por eso que sé que es un niño —dijo, en cuanto sus labios se curvaron en una sonrisa de satisfacción pura—. Y toma esto como una rama de olivo de mi parte, pero me sentí aliviado cuando te vi. Eres un hombre de buena apariencia. Mi hijo será hermoso.

Bufé ante su escuálido cumplido. Sonaba a que me estaba haciendo un favor al decir eso.

—Ya que sabes tanto sobre mi vida, hablemos un poco más en confianza —dije, mientras cruzaba los brazos sobre mi vientre hinchado. 

El alfa asintió, y yo debía admitir —al menos para mí mismo— que sus ojos grises eran hermosos. 

—¿Cuántos años tienes? —pregunté. 

—Treinta —dijo él.

Vaya, es solo mayor a mí por dos años.

—Tengo mucha curiosidad sobre tus motivos para ir a la clínica del Dr. Evans... —lancé el comentario sin meditar mucho al respecto. Al final de cuentas, lo justo era que él me contara detalles sobre su vida, así yo dejaría de lado aquella aura tétrica que creé sobre él.

Nathan Sallow resopló, se acomodó sobre su asiento y me miró a los ojos. 

—Congelé mi esperma.

Asentí en espera de que desarrollara más su historia.

—Mi Omega y yo queríamos tener hijos en un futuro no tan lejano. En especial yo... Pero ella no deseaba pasar por todo el proceso del embarazo, ya que su carrera como modelo podría verse perjudicada, así que llegamos a la conclusión de que alquilaríamos un vientre.

Asentí ante sus palabras. Nathan hablaba con bastante sinceridad y elocuencia, así que no había dudas de que ninguno de los dos éramos responsables de este incidente.

—Mi novia... ella... bueno, exnovia a decir verdad —él pasó una mano sobre su cabello, visiblemente frustrado—. Donó sus embriones y fueron fecundados in vitro, pero luego de una gran pelea que tuvimos poco después, ella mandó a destruir los embriones fecundados sin mi consentimiento.

—Comprendo. —asentí con empatía.

—El esperma que sobró de ese procedimiento fue reservado, y por alguna razón terminó dentro de ti.

Una mueca de vergüenza pura atravesó mi rostro.

—No vuelvas a decir eso.

Nathan soltó una risa profunda.

Debo admitir que sus dientes son tan perfectos como su rostro.

Demonios… si realmente este alfa es el padre de mi cachorro, este será toda una preciosidad. 

—Sonó mal, ¿cierto? —Comentó entretenido—. Es gracioso porque es verdad.

Negué con una pequeña sonrisa burlona.

—Te invito a almorzar, ¿estás de acuerdo? —propuso con una clara mejora en su actitud. Quizás el abrirse conmigo le sirvió para quitarse el palo que llevaba incrustado en el culo cuando llegó.  

—No sé si sea apropiado...

—Por favor, insisto. Tómalo como una disculpa de mi parte. No debí alterarte de esa manera…

Asentí de manera conciliadora ante su disculpa, pero mi respuesta seguiría siendo: NO. 

No voy a salir a almorzar con un perfecto extraño. 

—Gracias, pero preferiría almorzar por mi cuenta. Ahora, si me disculpas, tengo que continuar con mi trabajo.

Le señalé la puerta, tanto con la mirada como con un ademán de mi mano, y él, visiblemente poco feliz de ser rechazado, asintió y se puso de pie. 

—De acuerdo, comprendo. Dejaremos lo del almuerzo para otra ocasión. 

—Estaremos en contacto a través de nuestros abogados —le mostré la tarjeta de presentación que me dio minutos atrás—. Yo tengo tu número, tú tienes el mío, creo que eso es todo. 

El alfa me dedicó otra mirada de condescendencia, pero optó por no comentar nada al respecto.       

—Hasta pronto. 

—Adiós.

En cuanto el alfa se disponía a dirigirse a la puerta, Amelia entró a mi oficina con toda la disposición de agarrarse a golpes con el señor Sallow si así era necesario, pero por suerte, no lo fue. 

El elegante alfa la ignoró en su camino hacia la salida, y, cuando desapareció del lugar, Amelia soltó un quejido de frustración que sonaba al rugir de una bestia. 

—¿De qué manicomio escapó ese lunático? —soltó, echándose sobre el asiento que segundos atrás había ocupado el alfa mal encarado. 

—No lo sé, pero estoy seguro de que no será la última vez que lo veamos por aquí.  

—Diablos, señor Lucas… ¿Y ahora qué hacemos?

—Mi abogado se encargará de eso, tú no te preocupes. 

Amelia no parecía muy convencida al respecto.

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