El Omega Soltero quiere ser Papá
El Omega Soltero quiere ser Papá
Por: Amber Holmes
Capítulo 1 — El misterioso alfa en mi oficina

✧LUCAS✧

—Es usted muy gentil, doctor Chambers.

—Querida, llámame Lucas —dije, en cuanto tomaba la pequeña y delicada mano de la joven Omega que se encontraba en su sexto mes de embarazo. 

Su nombre era Dahlia, y al igual que yo, era una Omega con un lazo roto. Pero, la crucial y desafortunada diferencia, era que ella debía luchar con los efectos que el rompimiento del vínculo producía en su cuerpo, a la vez que este desarrollaba una nueva vida en su interior. 

De forma inconsciente, llevé una mano hacia la pequeña cicatriz bajo el cuello de mi camisa. A veces, aún podía sentir una ligera picazón en ese lugar en el que alguna vez llevé con orgullo la marca de mi alfa. 

Sí, solía ser un Omega ingenuo y estúpido por partes iguales. 

Pero, como dicen: “De los errores se aprende”.  

Y a mí, me tocó aprender de la manera más dura. 

Dahlia se puso de pie, y, sin vacilación, extendió sus brazos hacia mí para un abrazo repleto de cariño y gratitud. Le devolví el gesto, y una sonrisa afable se dibujó en mi rostro. 

—Nunca me cansaré de agradecerle todo lo que ha hecho por mí, si no fuera por usted, probablemente mi bebé y yo jamás habríamos tenido una oportunidad —mencionó ella, antes de apartarse con una pequeña sonrisa en sus labios.

Mi mirada se tornó nostálgica al recordar en qué condiciones llegó a mi clínica hace tres meses. Ella era una pequeña Omega de diecisiete años que apenas podía mantenerse en pie. Se tambaleó hasta la puerta, apenas diez minutos antes de que Amelia y yo nos dispusiéramos a cerrar el consultorio. 

Su Alfa había roto el lazo al marcar a otra Omega en una fiesta horas atrás.

Dahlia, para ese entonces, apenas comprendía lo que estaba sucediendo a su alrededor.   

El dolor generalizado en cada extremidad de su cuerpo, y la forma insistente en la que rascaba su marca —al grado de hacerse daño— me permitió hacer el diagnóstico, en cuestión de un par de minutos. 

La ansiedad y el estrés por el que atravesó en los días posteriores, hicieron complicada mi labor de alimentarla y mantenerla con vida. 

Pero aquí estaba ella; fuerte y centrada por su bebé. 

Comprendía a la perfección ese sentimiento. 

—Es hora de que me vaya, nos vemos en un par de días, Doctor —mencionó, antes de dar media vuelta y dirigirse a la puerta.  

—Recuerda tomar todos tus suplementos, ¿de acuerdo?

Ella asintió y se marchó con un paso firme y sereno.  

Como médico, y como Omega, me sentía muy orgulloso de ella.

Mi día auguraba buenas noticias y pensamientos felices, hasta que…

—¡Señor, espere! ¡No puede pasar sin ser anunciado!

Me puse de pie, apenas escuché los gritos de mi secretaria.

Los escándalos de ese tipo no eran comunes en el pequeño consultorio de un doctor de medicina general como yo. De vez en cuando, se podían escuchar fuertes quejidos de dolor, pero eran mis pacientes quienes los provocaban.

Ansioso —debido a mi actual estado— me disponía a dirigirme a la puerta, cuando de repente, alguien irrumpió en mi oficina como un torbellino.

Un sujeto: alto, de cintura delgada y hombros anchos, se acercó a mi escritorio en un par de zancadas.

Mi política de puertas abiertas me había jugado en contra, ya que me encontraba completamente desprovisto de una barrera entre el extraño y yo.  

El hombre despedía un fuerte aroma a Cedro que me resultó curiosamente familiar. La fragancia era tan intensa, que no tuve más opción que tapar mi nariz con un pañuelo.  

Era un alfa. Uno muy enojado.

¿Qué rayos hacia un alfa en mi clínica sin una cita previa? 

Escaneé al sujeto de pies a cabeza en busca de alguna señal de que necesitara ayuda urgente, pero no parecía herido.

Él lucia bastante saludable, incluso, vestía muy elegante. 

Su cabello era negro como la tinta y se encontraba perfectamente peinado, cada cabello en su lugar. 

Sus ojos grises y penetrantes hallaron su camino hacia los míos como dos afilados puñales imposibles de ignorar. 

La mirada fulminante a la que me vi sometido inundó mi mente con ideas locas y poco alentadoras.

¿Ese alfa iba a atacarme?

¿Por qué? 

Mi estado actual no era llamativo para alguien de su casta. 

—¡¿Qué rayos le pasa?! —Gritó Amelia furiosa—. ¡Llamaré a seguridad!

El sujeto que se encontraba de pie a su lado era dos veces más grande que ella, pero eso no la desanimó. Amelia se interpuso en el espacio que nos separaba, y lo apuntó con un dedo amenazante.

—¡Ten mucho cuidado, lunático! Soy cinta negra en Taekwondo.

—Amelia, ven aquí conmigo, por favor —murmuré, aterrado con la idea de que ese hombre le hiciera daño.

Mi temeraria secretaria —una preciosa beta de ojos marrones— agarró su melena castaña con una liga mientras balbuceaba amenazas con un lenguaje soez de camionero. 

El sujeto no lucía para nada impresionado. 

—No me iré de aquí hasta que hable con Lucas Chambers.

El tipo dirigió su mirada hacia mi vientre abultado. Sus ojos, los cuales solo un par de segundos atrás eran fríos y afilados, de repente se ampliaron en reconocimiento.

Si se lo preguntan, no, no estoy gordo...

Soy un Omega que atraviesa su sexto mes de embarazo, pero por supuesto, aquel sujeto ya lo sabía. 

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