Capítulo 3
Al doctor se le fue el color de la cara. Sabía que estaba al borde de la muerte y que tenía que llevarme a un hospital de verdad.

Desesperado, marcó el número privado de Vito. La voz de Vito era de fastidio y furia.

—¡Jefe, es una emergencia! La señora Alessia está muy grave, la envenenaron. ¡Necesita atención médica o se va a morir!

—Vaya que te luciste con este numerito. No solo te escapaste, sino que hasta convenciste al mejor doctor de la familia. Que te quede claro, no voy a caer en tu jueguito. Te conozco demasiado bien. No tienes nada, así que deja de intentar engañarme. Te lo dije, es mi hijo, de mi sangre. No lo voy a abandonar. Pero tienes que esperar a que Scarlett termine. ¿Por qué no puedes esperar y ya? Lo admito, te subestimé. Ahora compórtate, o ya sabes lo que te pasa si me retas.

Colgó. El doctor se quedó viendo el teléfono y luego a mí, que apenas me aferraba a la vida. Apretó la mandíbula y tomó una decisión.

—Es muy arriesgado, pero la voy a llevar a la clínica privada.

Nunca me imaginé que me llevaría a la clínica de Scarlett.

A través de las puertas de cristal, vi que el lugar estaba muy iluminado, con el personal yendo y viniendo. El equipo médico más avanzado estaba alineado. Lo que podría haberme salvado la vida.

El doctor le suplicó al personal, explicándole la situación a la jefa de enfermeras. Pero ella solo negó, indiferente.

—Las órdenes del jefe son claras. Todos los recursos de la clínica son para la señora Scarlett. Nadie más puede usarlos sin su permiso.

—¡Pero se está muriendo!

—Ese no es nuestro problema.

Por una orden de Vito, no pude recibir ni un solo analgésico. En ese momento, una figura alta apareció en la entrada. Era la mano derecha de Vito, Marco.

Me vio, cubierta de sangre, y se quedó pálido del susto. Corrió a buscar a Vito.

—Jefe, hay una mujer afuera, cubierta de sangre. Y... si no me equivoco, se ve idéntica a la señora Alessia.

Vito arrugó la frente y se apretó las sienes con fuerza.

—Imposible —contestó, tajante—. Ella está bien. Embarazada, pero bien. Es imposible que haya llegado hasta aquí.

Marco insistió, bajando la voz.

—Tal vez debería ir a ver usted mismo, jefe. Si es ella, su hijo también podría estar en peligro.

A Vito se le acabó la paciencia. Lo fulminó con la mirada.

—Dije que es imposible. ¿Estás sordo? Si en serio fuera Alessia, ¿crees que necesitaría que tú vinieras a avisarme? ¿No habría entrado ella misma haciendo un escándalo? Una mujer tan vanidosa, tan obsesionada con su imagen, jamás dejaría que nadie la viera en ese estado. Piensa un poco.

Tras el regaño, Marco solo negó, derrotado.

—Lo siento —me dijo—. No puedo ayudarte.

El doctor miraba con impotencia las puertas cerradas del quirófano. Su cara reflejaba culpa, pero yo sabía que había hecho todo lo que pudo.

Quise decirle que no se culpara, que había hecho hasta lo imposible, pero ya no me quedaban fuerzas ni para hablar.

La pérdida de sangre, el veneno de la serpiente, el inhibidor de parto... cada uno aceleraba la llegada de la muerte. Podía escuchar los murmullos del personal médico, sus voces se desvanecían a lo lejos.

—El bebé de la señora Scarlett ya va a nacer, tenemos que estar con ella.

—Pero el estado de esta mujer es crítico. Se va a morir si no la ayudamos.

—El veneno ya le llegó a los órganos, y el latido del feto se está debilitando...

—¡Trae el kit de emergencia, ahora!

Sentí un dolor agudo en el abdomen, distinto a las contracciones. Era el dolor de la muerte. Apoyé la mano en mi estómago. Mi vientre, antes abultado, se aflojaba, se aplanaba.

«Mi bebé... perdóname», gritaba mi alma. «Mi niño precioso, mami te falló. No pude protegerte».

Derramé una última lágrima. Y todo se volvió negro.

***

Vito caminaba de un lado a otro, nervioso, frente a la sala de partos. Había esperado junto a Scarlett toda la noche. Cuando la puerta se abrió, corrió a su lado.

—¡Felicidades, jefe! ¡Es un niño sano!

Vito miró al bebé en los brazos de Scarlett, con los ojos brillantes de alegría.

—Es hermoso —le dijo en voz baja—. Igual que tú.

El futuro heredero de la familia había nacido. Entonces se detuvo. Un pensamiento fugaz cruzó su mente: ¿a quién se parecería el bebé de Alessia? Si era niña, seguro se parecería a su madre, sobre todo con esos ojos ámbar.

Después de arrullar al bebé hasta que se durmió, Vito se dispuso a salir. El largo día había terminado. Y ya se había acordado.

—Ve por Alessia. Ya se acabó todo. Es hora de que vea al bebé. Scarlett está a salvo. Dile que ya puede dar a luz.

Marco se quedó paralizado, sin moverse un centímetro. Su cuerpo temblaba con un pavor que Vito no podía comprender. Tras un largo momento, logró articular las palabras, con la voz rota en un susurro.

—Jefe... la señora Alessia y el bebé... ellos... ellos murieron.
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