Con el embarazo tan avanzado, me arrastré por el suelo, gateando hacia la pesada puerta de acero. Cuando la puerta se cerró de un portazo ensordecedor, mis dedos quedaron atrapados en el marco.Escuché el crujido espantoso de mis huesos. Una nueva ola de dolor me desgarró por dentro, superando el tormento del fármaco. No pude evitar gritar.Pero la mente de Vito estaba con Scarlett. No escuchaba mis lamentos. De repente, sentí un líquido tibio escurriéndome por las piernas. Supe que se me había roto la fuente.El miedo, puro y paralizante, me consumió. Mi única luz era el brillo tenue y fantasmal de un letrero de salida de emergencia sobre la puerta. Me obligué a mantener la calma mientras golpeaba la puerta y gritaba pidiendo ayuda.Pero este era el quirófano privado de Vito, un lugar aislado e insonorizado, sumido en una oscuridad casi total, sin ventanas al exterior.Nadie podía escuchar mis gritos, que se hacían cada vez más débiles. El bebé dentro de mí pateaba con violencia, como
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