A Vito se le quebró la voz por el miedo mientras estaba arrodillado en el piso, con la sangre escurriéndole por la boca.
—No quise ofenderlo, se lo juro por mi vida. Alessia es mi esposa, yo solo quería llevármela a casa. Por favor, perdóneme, señor Romano. No sabía que era su hija.
Vito era un perro lastimero, arrastrándose a mis pies.
—¡Se lo suplico! ¡Por favor, perdóneme la vida! ¡Todo lo que hice fue porque la amo! ¡Le juro que nunca quise lastimarla!
Mi padre lo miraba con desprecio, y en sus ojos había un brillo asesino.
—¿Que la amas? ¿A eso le llamas amor? La encerraste, dejaste que la envenenaran y mataste a mi nieto. ¿A eso le llamas amor?
Vito negó frenéticamente.
—¡No! ¡Esa no fue mi intención! Yo solo quería…
Me acerqué a Vito y le di una patada en el pecho. Cayó de espaldas con un gruñido de dolor. Mi voz sonó dura, sin rastro de emoción.
—Ya basta. No quiero volver a escuchar ni una de tus excusas.
Bajé la mirada hacia mi anillo de bodas. La argolla de platino que algun