Después de desnudarse por completo, Mariana seguía sintiéndose avergonzada. Era la primera vez que mostraba su cuerpo a un hombre desconocido, y su cuerpo temblaba con ligereza. Su carne parecía iluminar la clínica.
Faustino, con los ojos abiertos ampliamente, tragó saliva y dijo con firmeza:
—Oficial, por favor, no dude de mi integridad. Baje las manos para que pueda examinar bien la zona afectada y así poder dar el tratamiento adecuado.
Ante la insistencia de Faustino, Mariana, a regañadientes, soltó sus manos temblorosas y cerró con tranquilidad los ojos, murmurando:
—Mire, mire bien y tráteme rápido…
Al soltar las manos de Mariana, sus pechos, ligeramente asimétricos, quedaron expuestos ante Faustino. Faustino se acercó y percibió un delicioso aroma embriagador.
—Oficial, ¿quiere que este pecho sea tan pequeño como el izquierdo, o tan grande como el derecho?
Mariana respondió sin dudar:
—¡Quiero que sea grande!
Ya había llegado tan lejos que se había decidido. Solo quería que ter