Al ver que Salvador se rendía, Faustino decidió no insistir más en el asunto. Estaba convencido de que después de lo ocurrido hoy, ni Salvador ni su nieto se atreverían a buscar venganza contra él.
Mientras hablaba, Faustino ya estaba retirando las agujas de plata de la cabeza de Lorenzo.
—Sí, sí, sí. Sus palabras quedarán grabadas en mi corazón. ¡Jamás permitiré que vuelva a comportarse indebidamente! —respondió Salvador, sorprendido por la razonable actitud de Faustino.
No pudo evitar sentir una profunda vergüenza por su comportamiento anterior.
—Abuelo, ¿por qué te inclinas ante él? ¡Ya ha pasado el minuto! ¡Pídele a la señorita Amenábar que lo arreste! —exclamó Lorenzo confundido e indignado.
Como había estado hipnotizado, no tenía conocimiento de lo que había ocurrido. Al ver a su abuelo inclinándose ante Faustino públicamente, gritó con una mezcla de irritación y perplejidad.
—¡Paf! —Salvador inmediatamente le propinó una fuerte bofetada, reprendiéndolo con furia—. ¡Desgraciado!