El Lugar más Secreto de mi Alma
El Lugar más Secreto de mi Alma
Por: Sarah B. Robinson
Capítulo 1

Su tienda era su orgullo. La había fundado y visto crecer con esfuerzo. Cada antigüedad había sido escogida con esa destreza especial que él tenía para seleccionar las mejores piezas. A sus cincuenta y cinco años había logrado todo lo que se había propuesto. Incluso un buen matrimonio mientras duró. La rutina hizo mella en aquella unión tranquila que tuvo con Estela, pero se dieron cuenta de que ya no había amor, la pasión se había perdido. Estela era guapa, sofisticada, pero no había química entre ellos. Tuvieron dos hijos, Armando y Lucía. Veinteañeros cuando el matrimonio de sus padres se derrumbó. Tuvieron un divorcio como lo había sido su matrimonio, amistoso, y sin mayores emociones. Ahora era un hombre soltero de nuevo. Alto, guapo, sofisticado, distinguido, sonrisa encantadora y mirada profunda. Su soltería le gustaba, se sentía cómodo con la vida que tenía. No sabía cuán cerca estaba de vivir el mayor cambio en su vida cuando abrió su tienda esa mañana.

Allí se encontraba, tasando algunos artículos, cuando entró aquella joven. Alta, distinguida y elegante. Llevaba unos vaqueros con una delicada camisa blanca sin mangas, hombros finos y suaves bajo su cuello espigado. Una mirada decidida y a la vez cándida en aquellos ojos color caramelo, su boca de labios color rosa, cabello castaño, liso y de corte recto perfecto. En la vida de Gonzalo hubo mujeres hermosas, pero esta chica tenía ese frescor y esa facilidad de movimientos de quien no tiene que hacer nada para ser notada. Inmediatamente Gonzalo mostró su encantadora sonrisa y se dirigió a ella.

— Gonzalo Márquez. ¿En qué puedo ayudarle?

La chica batió su lacia cabellera castaña y le explicó:

—Busco el regalo perfecto para el aniversario de mis padres, pero hasta ahora, nada ha podido convencerme. Quiero algo distinto, interesante, pero no sé lo que es. ¿Puede recomendarme algo?

—Sin duda, señorita...— hizo una pausa a propósito para que dijera su nombre, a lo cual ella repuso enseguida:

—Sofía... Sofía Montemayor— le tendió la mano, la cual estrechó él, con la mayor caballerosidad — Es un placer.

— El placer es todo mío, señorita Montemayor.

—Sofía, por favor, llámeme Sofía.Muy bien, Gonzalo. ¿Podrías recomendarme algo?

— Efectivamente, tengo algo que si sus padres aprecian las antigüedades, debería fascinarles. Se trata de un juego de baúles gemelos para joyas del siglo 18 elaborados para una pareja. Acompáñeme y se los enseño. Se dirigieron a otra zona de la extensa tienda, y efectivamente, los baúles eran perfectos. Exquisitamente labrados en madera de ébano. Sofía sintió emoción al conseguir por fin el regalo perfecto. No importaba cuánto debiera pagar por ellos, eran hermosos y a sus padres les encantarían.

Gonzalo comenzó a hablarle de la historia del juego de baúles, pero Sofía ya no le escuchaba. Lo miraba, aparentemente interesada en lo que decía, pero en su interior observaba aquella boca gruesa y sexy, esos ojos profundamente negros en los cuales sentía que podría hundirse. Y cuando le sonrió y mostró sus dientes perfectos, ella literalmente sintió un vuelco dentro de su pecho.

" ¡Sofía, control! ¿Qué te pasa? ¡Este hombre puede ser tu padre!" — se dijo a sí misma llamándose al orden.

Mientras tanto, en la mente de Gonzalo sucedía algo parecido, y es que el hombre no lograba comprender lo que despertaba en él esa chica, quien muy probablemente, tuviera la edad de su hijo Armando. Trató de mantener la compostura. De esa forma, logró realizar la venta y fue al facturar cuando le pidió a Sofía sus datos personales para realizar el envío del obsequio cuando supo que la joven vivía en uno de los sectores más exclusivos de la ciudad.

—No debe preocuparse por nada, sus padres recibirán su obsequio el día y hora convenidos, yo mismo me ocuparé de ello.

— Confío en usted, Gonzalo. ¡Estoy segura de que mis padres adorarán estos baúles! Tiene mi teléfono por si hubiera algún problema — le tendió su mano y se despidieron amablemente.

Gonzalo se dirigió a su oficina y cerró la puerta. Caminó a su pequeño bar ubicado en una esquina del despacho, se sirvió un trago y se sentó ante su escritorio. Se sintió absurdo al no poder sacar de su cabeza la imagen de la joven. Una y otra vez venía a su mente aquel rostro de barbilla erguida y esos ojos en los que se sumergía. Se regañó a sí mismo al pensar en la edad de la joven.

Esa misma tarde Sofía se encontró con su amiga Ana para comer, quien, viendo a Sofía abstraída en sus pensamientos, la interpeló:

— ¿Entonces vas a decirme lo que piensas de una vez o lo tengo que adivinar?— la chica pelirroja era la mejor amiga de Sofía desde el instituto y siguieron juntas en la universidad mientras cursaban la carrera de Medicina y aún ahora durante la residencia para optar al máster. — Más te vale que me digas qué es eso tan interesante que me tienes hablando sola hace rato.

—Con sinceridad, An...— hizo un gesto de resignación ante la intensidad de su amiga- Hoy conocí a alguien.

— ¡Ya lo sabía! ¡Cuéntamelo todo!

— No hay nada que contar, no seas cotilla.

—¿Y quién es él?

— Se trata del dueño de la tienda donde compré el regalo de aniversario de mis padres. Un par de baúles antiguos, tipo joyeros, preciosos.

— No me interesan los baúles. Acabas de decir "el dueño". ¿Se trata de una tienda de antigüedades?

— Sí, la que está en la avenida 12...

— No me interesa dónde está. — Exclamó con ojos muy abiertos — ¡Háblame del hombre, por Dios!

— No sé cómo explicarte,  tiene una mirada profunda, unos labios muy sensuales y una sonrisa espectacular.

— ¿Y qué pasó?  ¿le diste tu número?

— Sí, al principio no encontraba nada que me gustara, pero tan pronto me atendió él, supo lo que buscaba, pareció cómo si me leyera la mente. Es un experto.

— ¿Y ese experto no te tiró los tejos?

— En realidad, creo que sí, pero no estoy segura.

— ¿Y qué hizo? ¡Venga, canta de una vez!

— Nada, no hizo nada. ¡Es un caballero! Es que es un poco mayor que yo — dijo cautelosamente Sofía.— Quizás por eso...

—¿Qué tan mayor? Tú tienes 26... Digamos que de algunos 30 o 35? Digo, porque es el dueño...- expresó pensativa Ana.

— Creo que... podría tener un poco más— expresó cautelosa la joven.

— Un poco más...¿ cómo cuánto? porque mira que ya va pasando de categoría, de tipazo a vintage. Tampoco es cuestión de andar mirando clásicos.

— Sinceramente, un poco más. No podría precisarte. Y dime ¿por fin te dijeron tus padres si estarán en la ciudad para ir a la fiesta de aniversario? — eludió la conversación y cambió el tema.

Los días transcurrían y Gonzalo no lograba sacar de su pensamiento a aquella chica. Esos ojos lo atormentaban y moría de ganas de verlos de nuevo. Eso pasaba por su cabeza cuando, sin detenerse a pensar lo que hacía, tomó su móvil y comenzó a marcar el número que aparecía en la factura de Sofía.

Cuando comenzó a sonar, sintió un instante de pánico y deseó que no respondieran, pero no fue así, y la suave voz de Sofía se escuchó al teléfono. Sorprendido de su propio atrevimiento, la saludó respetuosamente:

— Hola, Sofía, soy Gonzalo Márquez... quizás no me recuerdas. Soy...

— Claro que te recuerdo, Gonzalo, ¿qué tal?, ¿hay algún problema con el regalo de mis

padres?— preguntó curiosa y muy extrañada.

—No, ningún problema afortunadamente. Solo quise confirmar la fecha y la hora de la entrega por si hubiera surgido algún cambio... — cerró los ojos regañándose por lo estúpido de su excusa.

—No, hasta ahora no hay cambios...— habló atropelladamente Sofía sintiéndose nerviosa como una colegiala.

— Sofía... —la detuvo antes de que continuara la frase y aclaró su voz —antes que nada, me disculpo si consideras esto un abuso de mi parte, pero realmente te llamo para invitarte a tomar algo conmigo, o quizás a cenar — se sintió como un tonto y cerró los ojos esperando escuchar la negativa de la joven. ¡¿Por qué una mujer tan joven querría salir con él?!

— Me encantaría, Gonzalo. — se sorprendió a sí misma Sofía — Sí, me gustaría ir a cenar contigo.

Aún sin poder creerlo, Gonzalo se las arregló para responder.

— ¿Te parece bien el viernes a las 8? ¿Podría pasar a buscarte a tu casa?

— Muy bien, pero estoy quedándome en casa de una amiga por un par de semanas. Toma nota de la dirección.

Gonzalo apuntó la información y se despidió amablemente. Colgó el teléfono y lo dejó sobre el escritorio. Luego se llevó las manos a la cabeza sin poder creer en su atrevimiento de llamarla y menos aún en la aceptación de la joven.

Por su lado, Sofía estaba en shock y su amiga de pie a su lado, la miraba expectante.

— ¡¿Y a ti qué te ha pasado?! ¿Quién llamó que tienes esa cara?

— Era Gonzalo... quería invitarme a cenar el viernes.— dijo tratando de sonar casual.

—¡Entonces vas a salir con él y no te hiciste de rogar! ¿Qué pasará con este Gonzalo que te trae de un ala?

Sofía hizo un mohín a su amiga, le dijo que se callase.

— No me importa que no quieras hablar. Igual lo voy a conocer el viernes cuando pase por ti a mi casa.

Sofía se dio cuenta de su error. ¡Debió citarse con Gonzalo en otro lugar! Ana haría un escándalo cuando lo conociese. Supo que debió negarse, pero tenía tantas ganas de verlo de nuevo.

Ambas chicas se dedicaron a su trabajo con los pacientes del hospital, sabían lo importante que era para ellas ser médicos residentes en lugar de ser estudiantes de Medicina, aunque para Sofía eso, en ese justo momento, no era su prioridad, sino saber qué le ocurría con ese hombre tan distinto a todos aquellos con los que había salido hasta ese momento.

— ¡Te ves guapísima, Sofi! - expresó Ana, arreglándole un mechón de cabello.

Sofía se volvió al espejo y se miró en su vestido color champaña.

Como no sabía a dónde irían, no estaba segura de si habría escogido bien, pero ese vestido sobre las rodillas ajustado a su cuerpo y escote en ojal, sería adecuado para cualquier lugar. De modo que verificó que estaba perfecto y se volvió hacia su amiga.

— No es necesario que te quedes aquí. Soy perfectamente capaz de abrir la puerta, chismocita.  Le sonrió empujándola hacía la puerta que conducía al interior de la casa.

— Sabes que eso no va a ocurrir. ¡De aquí no me sacan ni muerta!

Las jóvenes aún discutían cuando sonó el timbre de la casa y ambas se precipitaron a abrir, pero Ana le ganó y la obligó a regresar al salón.

— ¡Yo le abro! Tú, espera aquí.

Abrió la puerta y tuvo que hacer un genuino esfuerzo para mantener la compostura al ver al hombre que venía por Sofía. Lo invitó a entrar balbuceando y le señaló el camino. Fue delante de él y lo guió al salón. Allí se dirigió a su amiga con los ojos bien abiertos dando la espalda a Gonzalo.

— ¿Qué tal Gonzalo? Te presento a mi amiga Ana.

Hicieron los saludos de rigor, y Gonzalo se volvió hacía Sofía.

— ¡Te ves preciosa! — dijo Gonzalo.

— Gracias — miró a su amiga, quien desde atrás de Gonzalo, hacía señales, y trató de sacarlo de allí — Estoy lista. ¿Nos vamos?

— ¡Pero tía! ¡Ofrécele al caballero algo de tomar! —Sofia  le abrió los ojos para que no insistiera.

— Muy bien, en otro momento —dijo Ana— ¡Que se diviertan!

Al salir, llegaron al lujoso coche negro. Gonzalo le abrió la puerta y le ayudó a entrar. Dio la vuelta y entró al asiento del conductor.

Durante algunos minutos condujo en silencio buscando cómo comenzar una conversación, hasta que se decidió a hablar.

— Me alegra que hayas aceptado mi invitación.

— Realmente me sorprendí de haber aceptado porque no he salido mucho últimamente. La universidad y el hospital me mantienen ocupada.

— ¿El hospital? — preguntó extrañado.

— Sí, estoy en plena residencia para sacarme la especialidad.

— Mi hija menor también acaba de iniciar esa carrera — se estremeció ante la posibilidad de que fueran amigas.

Conversando sobre cosas sin importancia llegaron al restaurante, Gonzalo bajó del auto y dio la vuelta para ayudar a salir a Sofía.

Ella gustosa lo tomó del brazo y entraron. El muy elegante y lujoso lugar no era justamente lo que escogían sus pretendientes cuando la invitaban a salir. Muy serio y costoso para el gusto de jóvenes calenturientos.

Inmediatamente fueron guiados a su mesa por un empleado que reconoció a Gonzalo, este les ofreció una bebida y la carta.

Gonzalo, dueño de la situación, era a todas vistas un cliente asiduo del lugar, y volviéndose a Sofía le preguntó qué deseaba tomar. Ella dudó por un instante y se decidió por el vino tinto.

Gonzalo se dirigió al sommelier y pidió:

— Trae el cabernet que suelo tomar, André, por favor.

El empleado se retiró y Gonzalo miró a Sofía directamente a los ojos.

—Sofía, no es costumbre en mí andar invitando a mis clientes. Espero que me creas —carraspeó un poco nervioso — Me apenaría mucho que te hayas sentido obligada a aceptar mi invitación.

— A ver, Gonzalo — Sofía levantó la barbilla y lo miró a la cara — Si me conocieras ya sabrías que no existe una persona en la tierra que pueda obligarme a hacer o a dejar de hacer algo— sonrió orgullosa de sí — Si vine fue algo completamente voluntario. Me agradó tú invitación y la acepté.

— Puedo asumir entonces que sabes que me sentí muy impresionado contigo.

Sofía sonrió para sus adentros y pensó: "¡¿Ay, por Dios, quién habla así en estos tiempos?! Impresionado".

— Gracias — no era la chica que bajaría la mirada ante el piropo de un hombre. Estaba consciente de su apariencia. Sin embargo, viniendo de Gonzalo, el halago la hizo sonrojar levemente, y trató de no mostrarlo.  No sabía que la pregunta de ¿qué me sucede está noche? bullía también en la mente de Gonzalo.

Los temas de conversación surgían con tanta naturalidad que la noche transcurrió demasiado rápido.

Ambos sabían que había un tema que no tocaron deliberadamente: la diferencia de edad. Les preocupaba, pero sin saberlo, los dos esperaban no tener nada en común, y por ende, no verse más, pero no resultó de esa forma, y cada uno sabía que algo estaba ocurriendo.

Cenaron en agradable tertulia, y el tiempo voló. Igualmente, se reprendió a sí misma porque miraba a Gonzalo y se preguntaba cómo se sentiría un beso de su boca. —"No te desboques, mujer, tómalo con calma, espera al menos a saber si el tío no está deseando salir a la carrera"— se dijo así misma. Pero Gonzalo sentía el mismo apremio, aunque lo controlaba, para no ofender a Sofía portándose como un patán. Lo último que deseaba, era que Sofía se llevara una mala impresión de él, pero

el deseo de plantar un beso en esa boca semiabierta, era casi incontrolable.

Al salir, le ofreció su mano para entrar al coche. La chica la tomó y sintió un estremecimiento. Por un instante, cerró los ojos para controlar el leve temblor

que sintió en sus piernas cuando tocó su mano. Gonzalo pudo sentir en su mano el temblor casi imperceptible de la mano de la joven. Subieron al coche y realizaron el recorrido casi en silencio, cada uno inmerso en sus emociones. Un par de veces sus ojos se encontraron de frente, y algo se movió entre ellos.

Al llegar a la casa, Gonzalo detuvo el auto y se bajó para abrir la puerta de Sofía.

La acompañó hasta la entrada y aunque tuvo el impulso de besarla, se detuvo antes de cometer una imprudencia. Sofía empujó la puerta, pero antes de entrar, se volvió hacia Gonzalo y lo miró a los ojos, expectante. Él se acercó a ella, tomó su rostro con su mano y posó sus labios en los de la joven, en un beso suave, delicado y dulce. Ella elevó su mano y rozó el cabello de Gonzalo, ajustando sus labios en un beso prolongado. Ambos deseaban continuar con sus bocas juntas, pero, renuentes, se separaron.

Se miraron fijamente a los ojos y fue Gonzalo quien habló:

— Te ruego que disculpes mi impertinencia. No pude evitar hacerlo.

— Hacen falta dos para un beso. Yo también lo deseaba— respondió Sofía— Creo que ambos debemos darnos tiempo de precisar lo que queremos, no puedes negar que nos estamos poniendo intensos muy pronto y tampoco es cuestión de perder la cabeza como chiquillos— acotó ella lentamente.

— Sería muy gracioso que a estas alturas de mi vida comience a actuar como un chaval. Creo que ese tren se me fue hace rato. — sonrió él con aquellos labios tan sensuales y Sofía tuvo que contenerse para mantener la compostura y no besarlo de nuevo. — Creo que debemos dejar que las cosas continúen su curso y ver a dónde nos lleva esto.— ¿Puedo volver a verte? — preguntó Gonzalo.

—Sí, sí puedes.

—Te llamaré mañana.

—Esperaré tu llamada — Se detuvo frente a él, elevó su rostro levemente, y él inmediatamente cubrió los labios de la joven con su boca. Se fundieron en un beso interminable, abrazados, juntos sus cuerpos, y fue Gonzalo quien tomó la decisión de detener el abrazo.

—Hay momentos en los que un hombre debe hacer uso de todo su control para no cometer errores de los cuales pudiera arrepentirse — dijo poniendo sus manos sobre los hombros de la joven.

—¿Sientes que tener algo conmigo podría ser un error?

— Al contrario, el error seria no hacerlo. Pero de ninguna manera quisiera hacer algo que pudiera ofenderte.

—Está bien. Llámame mañana y acordamos, pero de una vez te digo que no soy una delicada florecilla que puedes marchitar con cualquier cosa. Si vamos a darle una oportunidad a esta cosa extraña que nos pasa, deberás darme más crédito y no pensar todo el tiempo que podrías molestarme. Créeme que si eso ocurre, te lo haré saber — sonrió y rozó los labios de él con un dedo para quitarle un poco del labial de ella que lo había manchado. — Ahora, vete. Algunas debemos dormir.

Él se separó de ella, renuente a dejarla, y besó su mano.

— Hasta mañana... — y se fue hacía su coche. Subió al vehículo y arrancó el motor, sin dejar de mirarla. Hizo una despedida con su mano, a lo que ella respondió igual antes de entrar a la casa, y escuchó cuando el coche arrancó y se alejó, recostada en la puerta, aún sin poder creer lo que había pasado.

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