Pasaron tres días después de eso, y no tenía noticias de su majestad. ¿Qué había sucedido? Se habría librado de su amante.
Ni siquiera podía preguntarle, pues siempre estaba ocupado en reuniones con sus consejeros, montando a caballo, yendo de caza o incluso en el lago pescando, pero nunca tenía tiempo para hablar conmigo.
¿Me estaría evitando? – esa era la pregunta que rondaba mi mente, por esa razón estaba allí, frente a su puerta.
Llamé repetidas veces, pero parecía no haber nadie, empujé la muerta y me quedé estática. Él estaba allí, junto a su amante, lucía aterrado, y enfadado al mismo tiempo.