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capitulo 3: La apuesta de Fuego

La tensión en el ambiente era tan espesa que casi se podían ver las partículas de peligro suspendidas. Alessandro Vieri y Aurora Reyes se miraban a través del espacio que los separaba, un abismo forjado por la traición familiar y el odio infantil, y que ahora vibraba con una electricidad adulta.

—Mi solución es simple: una reestructuración inmediata de su cartera de deuda, liberando capital antes de que estalle la crisis que su arrogancia está ignorando. Hará que parezca débil a corto plazo, pero asegurará la supervivencia del legado Vieri a largo plazo. Es un plan aburrido, cauteloso...

Aurora clavó sus ojos en los de él, con esa misma chispa que le había desafiado en el jardín hace dieciocho años.

—...algo que usted, el demonio, jamás entendería__

Alessandro no sonrió. La provocación ya no era infantil; era un desafío a su intelecto y a su identidad. La ira le calentó las venas, pero la admiración por su audacia era un veneno más dulce. Él tomó la tableta de la mesa, deslizando su dedo por el complejo código financiero de ella.

—Hecho —declaró, con una voz baja y definitiva que resonó en el silencio—. Quiero su plan implementado para el final de la semana, Doctora Reyes. Sus números son correctos, su diagnóstico es brutal. Por eso lo acepto.

La junta respiró, aliviada de que el imperio no colapsaría hoy. Pero Alessandro no había terminado. Su mirada volvió a Aurora, y en ese momento, el tono dejó de ser profesional para volverse íntimo y profundamente amenazante.

—Pero escúcheme bien, Aurora __Dio un paso hacia ella. Los directivos se hicieron a un lado, entendiendo que esta era una conversación entre dos depredadores.—Si está equivocada... si esto solo demuestra que ha venido a sabotear mi negocio, y no a salvarlo, no solo la despediré. Me aseguraré de que el mundo corporativo nunca vuelva a contratar a una Doctora Reyes. La voy a destruir con la misma lentitud y placer con que destrocé su muñeca de porcelana.

La amenaza era tangible, pero Aurora no retrocedió. Era la mujer que se había lanzado a golpear a un niño arrogante.

—Si está en lo correcto, Señor Vieri —replicó ella, un fuego helado en su voz—. El que necesitará un nuevo trabajo será usted, porque su junta directiva no tolerará la humillación. Pero no vine por su trabajo.

Ella se acercó un paso más, acortando la peligrosa distancia.

—Vine por el pago de la deuda. Su padre humilló al mío. Usted intentó humillarme. Ahora, usted me debe obediencia. Voy a salvar su empresa, Alessandro. Y usted me pagará.

Él sonrió por fin, un movimiento lento y oscuro que prometía peligro.

—Me gusta ese tipo de deuda, Aurora. La que se cobra con intereses personales.

Se inclinó, hablando tan bajo que solo ella pudo escucharlo__Solo espero que esté lista para cuando el cobrador pase por su puerta.

Alessandro se enderezó, la guerra sellada.

—La reunión ha terminado. Que empiece la reestructuración.

Los directivos se levantaron rápidamente, recogiendo sus cosas y deslizando miradas cautelosas hacia Aurora. Ella recogió su tableta con la misma calma con la que había entrado. Había ganado el primer round, pero la victoria sabía a ceniza.

Justo cuando Aurora se disponía a salir, la voz de Alessandro la detuvo.

—Un momento, Doctora Reyes__

Él le indicó con un movimiento de cabeza que lo siguiera hasta su oficina privada, contigua a la sala de juntas. El espacio era vasto, minimalista y dominado por una vista panorámica de la ciudad que parecía doblegarse a su voluntad.

—Su plan es agresivo, Aurora —dijo Alessandro, caminando hacia la pared de cristal. El sol del mediodía delineaba su silueta, haciendo que pareciera aún más grande, inalcanzable—. Si tiene éxito, me costará la cara de un diez por ciento de mis ganancias este año. Yo no soy un hombre que gaste diez por ciento sin recibir algo a cambio.

Aurora se mantuvo en el centro de la oficina.

—Mi pago es la supervivencia de su empresa, Señor Vieri. Un buen negocio.

Alessandro giró para mirarla, una sonrisa que no alcanzó sus ojos.

—Mi padre, Demian, siempre decía que el mejor negocio es aquel donde obtienes algo que el dinero no puede comprar. Y usted, Aurora, siempre ha sido un objeto de mi fascinación.

El aire se enrareció. Aurora sintió que se le aceleraba el pulso, y no por miedo, sino por la furia.

—Mis servicios son estrictamente profesionales. Manténgase en los números.

—No. Su reestructuración implica que yo tendré que aparecer en eventos y galas, mendigando el favor de accionistas asustados para explicarles la "cautela" de mi nueva estrategia. Y no voy a ir solo.

Alessandro se acercó lentamente, sus pasos resonando en el mármol. Se detuvo justo enfrente de ella, tan cerca que la distancia profesional era inexistente.

—Usted es mi asesora principal. Necesito que se venda mi nueva imagen. Necesito que los vean a mi lado, la mente brillante que me hizo entrar en razón. Para mi junta directiva y para el público, usted es ahora mi socia indispensable.

Aurora se sintió atrapada.

—¿Me está ordenando que sea su... su acompañante?

—La estoy incluyendo en el trabajo que me debe. El contrato que firmó permite que la compañía requiera su presencia en actos relacionados con el negocio. Y no me mire así, Ángel. Esto es un trato. Usted viene a mis cenas, mantiene la cara de calma de la empresa, y yo la dejo desmantelar mis divisiones.

Él le tendió una invitación en papel crema.

—Primera parada: La gala del Museo del Arte Moderno, este sábado. Es una recaudación de fondos que tranquilizará a nuestros socios más conservadores. Necesito que venga. Y no con ese... traje de guerrera.

Alessandro se permitió una mirada de arriba abajo que era puro juicio, pero que quemó como deseo.

—Necesito que se vea a la altura del apellido Vieri, no como si viniera a pelear con mi departamento de contabilidad. Piense en esto como parte del precio de la deuda. ¿O es que la Doctora Reyes le teme a una cena?

El último dardo fue dirigido a su orgullo, al miedo que él creía que aún la dominaba.

Aurora tomó la tarjeta, su mano firme. Sus ojos se clavaron en los de él, rechazando el recuerdo de la niña asustada.

—Estaré ahí, Señor Vieri. Y no le tema a mi traje de guerrera. Debería temerle al vestido. Porque si me obliga a vestirme para impresionar, lo único que voy a conseguir es que su imperio y usted dejen

de respirar.

Ella guardó la tarjeta en su portafolio, se dio la vuelta y salió de la oficina sin esperar respuesta.

Alessandro se quedó quieto, observando la puerta por donde ella había desaparecido. Una sonrisa lenta y oscura, la misma que tuvo de niño al humillarla, se dibujó en su rostro. No era un juego. Era una obsesión. Él la había atado a su mundo, y ahora la tenía justo donde la quería: cerca del fuego.

La guerra del Legado del Fuego había encendido su primera chispa.

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