Mundo ficciónIniciar sesiónEl sonido de la música y las risas de los adultos no lograba silenciar los gritos que venían del despacho de Demian y el padre de Aurora. La niña, tensa, se aferraba a su muñeca de porcelana.
Alessandro Vieri se acercó, esa arrogancia era más pesada que su ropa de marca. Estaba seguro de la victoria de su familia. —Miren lo que trajo la del socio que va a perderlo todo —dijo, señalando la muñeca. Aurora se giró, sus ojos marrones ya ardían con el conocimiento de lo que estaba sucediendo. —Aléjate de mí, Alessandro. Y no hables así de mi padre —Su voz era pequeña, pero firme. Alessandro soltó una risa seca y condescendiente, imitando el gesto de su padre. —Tu papá es débil, Aurora. Mi papá se lo comió vivo. Y esta muñeca es el último regalo que vas a ver en mucho tiempo. Las cosas débiles no sobreviven aquí. Como tu negocio. La intención de humillarla era palpable. Alessandro le arrebató la muñeca con un tirón y la levantó en alto, preparándose para la destrucción, con sus amigos como audiencia. —¡Miren a la llorona! ¡Ya no tiene nada! —gritó. Pero antes de que pudiera estrellar la porcelana, Aurora actuó. Ella no lloró. En un arrebato de rabia y fuerza, se lanzó con el pie, no al tobillo, sino directamente a la espinilla de Alessandro. El heredero Vieri soltó un aullido de dolor y se dobló sobre sí mismo, soltando la muñeca por el impacto. La muñeca cayó sobre el césped, intacta, pero la expresión de vergüenza y furia en el rostro de Alessandro, el "demonio" humillado frente a sus amigos, fue mucho más devastadora que la porcelana rota. Aurora se paró sobre la muñeca, protegiéndola. Su rostro, bañado en lágrimas de rabia, no mostraba debilidad, sino una promesa. —¡Tú eres el débil! —siseó ella, señalándolo con el dedo—. Solo puedes ganar cuando haces trampa, igual que tu padre. Pero yo nunca te voy a perdonar __ sus ojos conteniendo las lágrimas pero no lo iba a demostrar jamás Alessandro, recuperándose del dolor, se puso de pie, su rostro contorsionado por la rabia. La miró con un odio renovado, un odio que no nació de la diversión infantil, sino de la humillación real. Ella le había devuelto el golpe, y frente a testigos, a el el hijo del emperador. —Eres un demonio —murmuró ella. Él no negó el título. Era la verdad. —Y tú eres la única que no me tiene miedo. Pero lo vas a tener. Me voy a asegurar de que sufras por esto, Aurora. Mientras su padre la arrastraba fuera, derrotado, Aurora se giró una última vez. No para llorar, sino para grabar la imagen de su enemigo: Alessandro con las manos cerradas en puños, jurando venganza, destruirlo como lo hicieron con su padre. Ella no se dejó quebrar. El odio era la armadura que había forjado ese día. Y jurando que algún día volvería y rompería algo más valioso que una muñeca de porcelana, como qué se llama aurora lo va cumplir






