Al amanecer, Aitana se despertó.
Lo primero que vio fue el rostro preocupado de Alejandro. Sus primeras palabras fueron: —Tu abuela ha despertado. Los dioses realmente se conmovieron con tu sinceridad, y durante la noche la rescataron de las puertas de la muerte.
—¿De verdad?
Apoyada en la almohada, las lágrimas de Aitana caían incontrolablemente.
Alejandro le arregló la manta y le aseguró: —¡Es cierto! No te apresures a moverte. Allá hay médicos profesionales y enfermeras cuidándola. Tú necesitas descansar bien, tu nivel de azúcar en sangre está peligrosamente bajo. Por suerte Damián estaba contigo, de lo contrario las consecuencias habrían sido impensables.
Hablando del rey de Roma—
Damián entró por la puerta.
Su mirada se encontró con la de Aitana.
Este reencuentro entre esposos hizo que todo se volviera indescriptible. La dramática escena de Aitana quemando el coche permanecía en sus mentes, como las llamas en Rivera Azul, ardiendo sin cesar.
Hasta ese momento, el corazón de Damián