Aitana completó quinientas reverencias.
Quemó los sutras y se levantó tambaleándose, casi cayendo en ese instante.
Damián se adelantó para sostenerla. Esperaba que Aitana lo rechazara con disgusto, pero sorprendentemente, no lo hizo. En cambio, dijo con voz débil: —Vamos a casa.
Damián experimentó un sentimiento indescriptible, como si algo precioso se hubiera perdido y recuperado, porque Aitana estaba dispuesta a hablarle de nuevo.
Fuera del salón principal estaba estacionado aquel Maybach, brillante y lujoso.
Aitana se acercó a acariciar la carrocería, murmurando: —Así que trajiste este coche.
Damián asintió.
La ayudó a subir y mientras le abrochaba el cinturón de seguridad, le dijo suavemente: —Pasé por la mansión para cambiar de coche. Te llevaré al hospital y esperaremos juntos a que la abuela despierte.
Aitana lo miró fijamente: —¿Realmente crees que la abuela despertará?
La nuez de Adán de Damián se movió: —Despertará. Mi Aitana ha hecho tantas reverencias ante los dioses por el