Luis y Elia llegaron primero.
No eran ni las nueve, los dos bebés aún no se habían dormido, pero ya los habían bañado y les habían puesto pijamas de una pieza. Estaban acostados uno al lado del otro en la cama, mordiéndose las manitas y charlando con balbuceos.
Cuando llegó Luis, la gente de los Uribe aún no se había enterado. Al empujar la puerta del dormitorio, la empleada que los cuidaba se volteó sonriendo: —¿La señorita Elia regresó? ¿Este es el papá de Erik y Cecilia? Con esa presencia se nota que es el padre de los niños, se parece mucho a Erik.
Luis se acercó a la cuna, se inclinó lentamente y miró a sus dos hijos en la cama.
Estaban gorditos, muy bien cuidados.
El hermano era un poco más alto, la hermana un poco más pequeña.
Los dos acostados lado a lado eran tan hermosos y adorables. Dos pares de ojitos negros lo miraban dulce y tranquilamente. Cecilia habló primero, con voz suavecita: —¿Papá?
Cecilia agitaba sus bracitos, como pidiendo que la cargaran.
El corazón de Luis se