Madre e hijo estaban conectados.
Con una sola mirada de Lisa, Luis entendió su intención.
Sin pensarlo, se acercó a Damián y se inclinó 90 grados.
La voz de Luis llevaba arrepentimiento: —Señor, todo fue mi culpa en el pasado. Espero que en el futuro me dé una oportunidad de compensar, de reparar el daño a Elia y a los niños.
Máximo se sintió incómodo.
Su buen hijo Luis, con casi 190 de estatura, se inclinaba así de recto, sin vergüenza con tal de recuperar a su esposa.
A un lado, Lisa fingía secarse las lágrimas, actuando completamente.
Lisa pensó: mi hijo realmente sabe adaptarse a las circunstancias.
Damián miró a Aitana que estaba a su lado: mira qué hábil es, todo el teatro de los Turizo está en Lisa.
Aitana suspiró resignada.
Por supuesto, Damián no podía dejar que Luis siguiera inclinado.
Con gente yendo y viniendo, no se veía bien que lo vieran las empleadas.
Lo pensó y le dijo a Luis: —Los asuntos privados de los jóvenes, la mamá de Elia y yo no nos metemos mucho. No solo si E