Ese día, por primera vez, Miguel deseó abrazar a una mujer.
No por amor.
Solo quería sostenerla, secar sus lágrimas, besar sus labios temblorosos.
En medio del silencio, Miguel volvió a preguntar:
—¿Por qué quieres divorciarte?
En la puerta, Damián se giró con Aitana y miró fríamente a su antiguo amigo, con voz gélida:
—Miguel, ¿sabes lo que estás haciendo? Si no estás en tus cabales, ve al hospital a que te revisen la cabeza.
Miguel se levantó lentamente:
—Estoy muy lúcido. Siempre lo he estado.
—¿Y tú lo estás, Damián? Si lo estuvieras, sabrías que Aitana ya no te ama. Podrás retenerla uno o dos años, pero no toda la vida.
Damián soltó una risa sarcástica:
—Sigue siendo mi esposa.
Miguel guardó silencio.
Selene, a su lado, tiró suavemente de su manga y preguntó con cautela:
—Miguel, ¿te gusta Aitana?
Miguel asintió levemente.
En ese momento, la copa en las manos de Selene se estrelló contra el suelo.
En el estrecho ascensor solo quedaron Damián y Aitana.
Ella se soltó bruscamente de