La sala estaba cargada de una tensión palpable. Samantha podía sentir cómo el aire se espesaba con cada palabra que no se decía, con cada mirada cargada de secretos que no se atrevían a salir a la luz. Estaba rodeada de gente que conocía el verdadero rostro de Alexander, pero que parecía dispuesta a dejar que todo siguiera oculto, como si las piezas del rompecabezas no debieran encajar. Pero algo dentro de ella le decía que ya no podía dar marcha atrás.
El hombre que había hablado antes, de rostro severo y mirada afilada, se acomodó en su silla, su presencia imponiendo respeto en la sala. La tensión en el aire era casi insoportable, y Samantha, aunque aún desconcertada, decidió que tenía que obtener respuestas, ya no solo por su seguridad, sino por la suya propia, por lo que estaba por venir. La historia que Alexander le había contado hasta ahora era solo la punta del iceberg, y ella sabía que, si quería conocer la verdad, tendría que atravesar un mar de mentiras que apenas comenzaba