Eleni respiró profundo, todavía con la brisa salada de la playa pegada en la piel, cuando decidió dar un paso dentro.
El umbral de la puerta de Otto parecía un abismo, un límite invisible que marcaba un antes y un después. Apenas cruzó, las feromonas del alfa la golpearon como un manto caliente, sofocante, que se expandía en el aire con una intensidad tan densa que podía casi palparse.
La penumbra del apartamento lo hacía aún más íntimo. Otto cerró la puerta detrás de ella, sin ruido, como si temiera que cualquier sonido la asustara y huyera. Avanzó tambaleante hacia la isla de la cocina, donde había dejado la bolsa del delivery. Sus dedos temblorosos forcejeaban con el nudo de plástico, pero de pronto apretó los ojos, como si un dolor agudo lo atravesara.
—Aghrr...carajos.
Eleni lo observó frunciendo el ceño. Algo en su interior, contra todo lo que le gritaba su lógica, la impulsó a levantarse de la silla donde había tomado refugio. Caminó hacia él, con pasos seguros, y sin pedir pe