Eleni se removió entre las sábanas, buscando una posición cómoda. Pero algo en el aire la despertó: un sonido ahogado, un murmullo entrecortado que no provenía de su habitación. Se incorporó, mirando hacia la puerta entreabierta, y escuchó otra vez.
— Que será eso... espero que aqui no hayan fantasmas.
Gemidos. No eran los de placer, sino los de alguien que sufría.
El corazón le dio un vuelco. Se levantó con cuidado, caminando descalza por el pasillo. La tenue luz que se filtraba desde la sala iluminaba apenas la puerta del cuarto de Otto. Los ruidos provenían de allí: respiraciones agitadas, golpes leves contra la cama, y una voz… su voz, rota y suplicante.
—No... no me hagas daño… aléjate…
Eleni sintió un nudo en el estómago. Golpeó suavemente la puerta.
—¿Otto?
No hubo respuesta, solo más murmullos, más desesperación. Entonces empujó la puerta y entró.
Otto estaba completamente empapado en sudor, las sábanas revueltas, el pecho subiendo y bajando con fuerza. En su rostro se dibujab