Capítulo 40

El camino hacia Portovenere se extendió como un eco de nuestra tensión, con cada minuto marcando el compás de una carrera contra el tiempo. Las colinas costeras se alzaban en la distancia, un telón de fondo engañosamente pacífico para lo que sabíamos que estaba por venir.

Al llegar al escondite indicado por Vittoria, lo primero que llamó mi atención fue lo oculto que estaba. La villa parecía una de tantas en la región: sencilla, con una fachada blanca desgastada por el salitre del mar. Pero cuando nos acercamos, el detalle reveló una historia diferente. Cámaras discretas estaban camufladas entre las plantas, y los sonidos que normalmente habrían sido de olas rompiendo contra la costa eran suplantados por el zumbido bajo de generadores ocultos.

—Es aquí —confirmó Vittoria, su voz apenas un susurro.

Luciano miró hacia el lugar con la intensidad de un estratega, sus ojos escaneando cada rincón visible.

—Ludovico, revisa los alrededores. No podemos permitirnos sorpresas.

—Entendido —respo
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