Capítulo 42

La luz de la mañana era tenue cuando nos reagrupamos en un pequeño puerto pesquero al norte de Portovenere. El ambiente estaba cargado de tensión. Ludovico, herido pero estable, descansaba en el asiento trasero de una camioneta. Vittoria permanecía en silencio, observando el horizonte con un aire ausente, mientras yo revisaba los archivos extraídos en la operación.

No podía quitarme de la cabeza la imagen de Luciano desapareciendo entre las llamas. Habían pasado apenas unas horas desde la explosión, pero cada minuto se sentía como una eternidad. La posibilidad de que él estuviera muerto era como una daga en mi pecho. Sin embargo, algo dentro de mí se negaba a aceptarlo. Luciano era un superviviente. Siempre lo había sido.

El rugido de un motor rompió el silencio, y mi corazón se detuvo por un instante. Me giré, viendo cómo un viejo Jeep se acercaba al muelle, cubierto de polvo y barro. Reconocí al conductor incluso antes de que saliera del vehículo: Luciano.

—¡Luciano! —grité, corrien
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