Capítulo 57 – El Precio del Silencio.
Torre Ápex, 8:30 a.m. – Sala de juntas, piso 42
El silencio era tan denso que se podía cortar con cuchillo. Los accionistas, sentados alrededor de la mesa de nogal, parecían estatuas bajo la luz cruda de los ventanales. Nadie se atrevía a moverse. Nadie, excepto ella. Gabriela entró sin prisa, como si el tiempo le perteneciera. El traje negro de Armani le quedaba como una armadura: falda lápiz, blusa de seda blanca con un solo botón desabrochado, moño bajo y severo. Los pendientes de diamantes —los mismos que había llevado en la gala— capturaban la luz y la devolvían como un desafío. Adrián la seguía a dos pasos, traje gris oscuro, expresión de acero. No era su guardaespaldas. Era su sombra. Su arma.
—Buenos días —dijo ella, sentándose en la cabecera. La silla de su padre. La que nadie había ocupado desde su “muerte”—. Siéntense.
Se sentaron. León, a su derecha, abrió la carpeta. La pantalla se iluminó con gráficos rojos: caída del 22% en acciones, compras sospechosas en paraísos fisc