El vestido aún colgaba del perchero como un desafío. Había escogido el indicado, seda negra, espalda descubierta, detalles de pedrería mínimos, pero letales. Eirin lo observó durante más de diez minutos sin moverse, como si su sola presencia pudiera cambiar lo que sabía que debía hacer.
No era vanidad lo que la empujaba a asistir a la gala benéfica del Círculo de Jurisprudencia Empresarial. Era una estrategia. Una forma de respirar el aire del enemigo, de oler sus intenciones, de mirar a los ojos a quienes fingían querer salvar el país mientras vaciaban sus entrañas legales.
Un sobre había llegado esa mañana. Sin remitente. Solo había una tarjeta blanca con detalles en relieve, su nombre en tinta dorada. Dentro, la invitación, con una nota:
“Esta vez, tú decides con quién bailar”.
Las palabras le helaron la sangre. Sabía quién había enviado eso. O al menos, sabía a qué mundo pertenecía quien lo hizo: el de los depredadores elegantes. El de los que sonríen mientras aprietan la soga.
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