La ciudad había cambiado para Eirin. No en sus calles ni en sus fachadas, sino en la forma en que ella las recorría. Ya no era la mujer que evitaba las miradas ni la que dudaba antes de entrar a una sala llena de nombres importantes. Ahora caminaba con la espalda recta, la barbilla en alto y el silencio como un escudo.
Esa mañana, el auto negro que la recogió no era de servicio. Era un auto de Eliseo Blackmoor. Y eso lo decía todo.
Vestía un traje blanco de dos piezas, entallado. Su blusa de seda marfil resaltaba su piel clara y el nuevo corte de cabello le enmarcaba el rostro con una elegancia casi peligrosa. El maquillaje era sutil, pero suficiente para marcar un nuevo comienzo. Un adiós al pasado.
Eliseo la recibió en la entrada de un edificio con fachada de cristal y acero. Sus ojos eran los de un zorro paciente, y su sonrisa, la de un hombre que no hacía movimientos sin propósito.
—Estás espléndida, Eirin. El luto te sentaba bien… pero el poder te transforma.
Ella no respondió a