El escaparate del metro abandonado era un laberinto de sombras y tuberías oxidadas. Allí, entre graffitis y cristales rotos, Ethan, bajo su identidad de Adriano Moretti, tejía su refugio temporal. Llevaba una mochila contra el pecho y la capucha baja, sus ojos escudriñaban cada rincón. Había abandonado su vida de abogado en las plazas más exclusivas de Europa para esconderse en los rincones donde la ley no llegaba y los vencedores no preguntaban nombres. Pero el pasado, lo hallara donde lo hallara, siempre terminaba por alcanzarle.
En su bolsillo vibró su móvil. Con cuidado, lo sacó y pudo ver que un titular ardía en la pantalla: “Ethan Rusbel, hijo ilegítimo de Orestes Manchester, vinculado a red de corrupción”. Su verdadero nombre emergía como un espectro en la penumbra: Rusbel, el apellido que creyó enterrado. Ahora, era noticia de primera plana en medios que Eliseo Blackmoor controlaba… o al menos había intentado controlar.
Un golpe metálico retumbó a unos metros: un vagón oxidado