En otro punto del mapa, Ethan recibió un video.
Era corto, con una duración de menos de un minuto. Pero lo suficientemente contundente para golpearlo sin recibir una agresión física. Se veía a Eirin, sentada, en bata de seda, copa en mano y Orestes a su lado. Sus rostros no decían mucho, pero la imagen... él la conocía. Sabía leerla. Y en esa grabación, vio lo que nunca quiso ver.
Su mente se nubló.
Larissa le dejó el teléfono frente a él. Se había encargado de que el video llegara a sus manos. Se deleitaba con cada segundo de su reacción.
—Te lo advertí, Ethan. Ella es como todas. Al final, vuelven a él.
Ethan no habló. Se quedó quieto. Luego se levantó de golpe y arrojó el vaso contra la pared. El cristal explotó como un disparo. Su rostro era un mapa de tormentas.
—No puede ser —dijo, pero no sonaba convencido. Sonaba roto. Herido en la única parte que creía a salvo.
Larissa lo observó con una mezcla de lástima y triunfo.
—Mejor que lo aceptes. Él tiene una forma de quebrarlas... d