El silencio que prosiguió en toda la casa era denso, cargado de una tensión que parecía haberse materializado tras el enfrentamiento. Ethan, aún tembloroso por la descarga de adrenalina, permaneció frente a la ventana, mirando hacia el horizonte mientras la lluvia continuaba golpeando los cristales. En su mente, las piezas comenzaban a encajar lentamente, pero no sentía alivio. Al contrario, el peso de la situación lo aplastaba aún más.
Orestes había caído, sí, pero Eirin estaba al otro lado de la habitación. A una puerta. Y más que eso, aún faltaba por neutralizar a dos de sus más grandes enemigos, y que en el pasado fueron cómplices de Orestes; Larissa y Eliseo. Larissa la amante traidora que, según las pistas, tenía un rol mucho más oscuro en todo esto. Ethan cerró los ojos un momento, recobrando el aliento. No podía relajarse; no podía dejar que nada lo distrajera. Esta batalla era suya, y no permitiría que el destino se la arrebatara una vez más.
Al otro lado, en el despacho, el