Ella se levantó.
Sonreí y puse mi mano en su nuca para acercarla a mí. En el momento que nuestras bocas se tocaron, fue como una explosión.
Al principio la besé despacio, pero luego perdí el control y la devoré. La mordí, la saboreé, la hice completamente mía. Entreabrió los labios y cuando gimió, ese sonido me encendió por completo. La besé más profundo, más urgente, hasta que solo existimos nosotros dos y ese deseo que nos quemaba por dentro.
Trató de alzar los brazos un par de veces. Noté cómo tensó los hombros, el movimiento de sus codos, pero las esposas la detuvieron cada vez. Y Dios, ese sonido que hizo, una mezcla de frustración y deseo, me volvió loco.
Estaba tan dispuesta, tan lista, tan mía.
Cuando por fin nos separamos, los dos respirábamos agitados. Tenía los labios rojos e hinchados, y esos ojos me miraban llenos de deseo.
—Quiero tocarte. —susurró entrecortada.
Casi la dejé.
—Pronto, conejita —le dije rozando sus labios—. Vas a poder hacerme lo que quieras cuando estés l