Pensé que había olvidado cómo respirar.

Las palabras de Victoria aún resonaban en mis oídos, pesadas e inquietantes: "Te quedas con Fernando para ti".

Hace dos semanas, diablos, demonios, hace dos días, habría saltado de emoción ante esa idea. La propia madre de Fernando me estaba haciendo realidad la fantasía que había tenido durante años, al decirme que Fernando sentía por mí, lo mismo que yo sentía por él.

Pero en lugar de emocionarme, me llenó de rabia. Una rabia ardiente me quemó por dentro sin razón aparente, quizás porque la oferta sonaba como una transacción o porque estaba harta de ser una herramienta, primero de Fernando y ahora de Victoria.

Victoria seguía observándome, expectante y tranquila.

—Creo que te he dejado sin palabras —dijo—. Si eso significa que estás considerando mi oferta, entonces por favor, quédate sin palabras.

—¿Quieres que me asegure de que la boda se lleve a cabo?

—De todas formas, esa boda va a pasar. Solo necesito que distraigas a Fernando para que no v