—Lyra, ¿ya no hay más reuniones programadas? —preguntó Raffael. Eran las dos de la tarde.
—Así es, señor. Todo ha terminado —respondió Lyra.
—Perfecto, no hace falta que volvamos a la oficina. Pero debes acompañarme a mi casa. Continuaremos nuestro trabajo en mi estudio, además quiero mostrarte algo.
Degh.
El corazón de Lyra pareció detenerse de golpe.
Jamás imaginó que tendría la oportunidad de entrar tan pronto en la residencia de la familia Marino.
Una casa que siempre había despertado su curiosidad.
Lyra estaba convencida de que allí encontraría alguna pista sobre la muerte de su padre.
—¿No es inapropiado que una empleada visite la casa del dueño de la empresa? No me siento digna, señor. Además, temo que su familia se incomode con mi presencia —fingió Lyra, intentando disimular su interés.
Pero Raffael sonrió al escucharla.
—Precisamente por eso, cuando llegues a mi casa, diré que eres mi novia. Así nadie se opondrá —dijo con naturalidad, como si le pidiera a Lyra que actuara fre