Mundo ficciónIniciar sesiónLa taberna olía a sal, a humo y a sudor agrio de cuerpos cansados. Gabriel permanecía en la mesa del rincón, con la capucha calada y la copa intacta frente a él. No estaba allí por placer: escuchaba.
Los marineros hablaban de controles más estrictos en la costa, de carruajes inspeccionados antes de llegar a Dover, de bolsas de oro que cambiaban de manos en las aduanas. Inglaterra no era un país dormido: la guerra lo tenía todo bajo lupa.
Uno de sus contactos más fiables, un contrabandista irlandés llamado Flynn, de dientes rotos y una cicatriz que le serpenteaba por el cuello, se deslizó en el banco frente a él sin mediar palabra.
—El canal se estrecha como el cuello de una botella para los que cruzan sin el permiso de Su Majes







