Habían pasado dos semanas desde el terrible accidente en el túnel, gracias a la rápida acción de sus propios equipos de seguridad y al acceso a especialistas de élite, Isaac Vance había logrado escapar de las garras de la muerte.

Estuvo en coma inducido durante los primeros días para mitigar la hinchazón cerebral y permitir que su cuerpo se curara del impacto, pero su mente era una máquina de precisión que había luchado contra el letargo físico, y a la semana, los médicos habían quedado asombrados por su determinación para despertar.

Ahora, aunque estaba pálido y debilitado, e insistiendo en saltarse fragmentos enteros de la rehabilitación física, Samantha había conseguido que lo transfirieran a una suite de hospital privada en un piso alto, lejos de la atención pública y de los medios que querían entrevistarlo para q