Cuando salí del aeropuerto, percibí el aroma familiar antes de siquiera verlo.
Mi hermano, el alfa Damián.
Con el teléfono pegado al oído, estaba recargado en su camioneta SUV negra mate.
En cuanto me vio, sus ojos se fijaron en los míos y una sonrisa lenta se dibujó en su rostro. Sin decir nada, estiró la mano y despeinó mi cabello como si aún fuera su hermanita, esa que solía morder las patas de la mesa en las noches de luna llena.
—Sí, acaba de aterrizar. —Decía al teléfono. —No le he preguntado todavía… Déjala descansar, fue un vuelo largo… No te preocupes. Pronto estaremos en casa.
Colgó y miró el pequeño bolso que colgaba de mi hombro.
Alzó una ceja.
—¿Eso es todo lo que trajiste? ¿Te dejó sin nada?
Bufé. —Por favor. Si alguien se fue con las manos vacías, fue el alfa Tomás.
Tal vez había perdido mi título, mi lugar en la Manada Fuego Solar y alrededor del noventa por ciento de mi dignidad, pero las propiedades… Me fui con las garras llenas.
Tomás renunció a casi todo. Aparte de