Mi hermano no preguntó qué había dejado para Tomás. Sabía que no se lo diría.
La verdad era que no podía.
Si alguna vez descubriera lo del cachorro que perdí —ese cuya existencia fue negada por el hombre que prefirió una mentira ajena a nuestra verdad—, perdería el control. Y yo no quería que incendiara el mundo. Aún no.
La noche en que terminé en el hospital… dioses. Todavía recuerdo el olor a cloro y sangre. Estaba acurrucada en esa cama demasiado blanca, con mi loba gimiendo en lo más profundo de mí, mientras Tomás —mi supuesto compañero de alma— paseaba a Beatriz como si nada.
Ni un mensaje. Ni una maldita palabra.
Y fue entonces cuando lo entendí.
Para él, yo era desechable.
Quizás para él ambos lo éramos. Yo y el cachorro.
Mira, cuando alguien es amado de verdad... se vuelve temerario.
Beatriz se atrevió a fingir un embarazo para atrapar a un Alfa.
Y Tomás se atrevió a ignorar la posibilidad de que yo estuviera embarazada solo para perseguir su mentira blanca.
En la caja fuerte,