El día en que se finalizó el divorcio amaneció claro y luminoso, con la luz del sol atravesando las nubes y calentando nuestra piel.
Todo transcurrió sin contratiempos. Yo había dejado la división de bienes completamente en manos de mis abogados. En cuanto a las pertenencias de la villa, mi organizadora personal las manejó bajo una única instrucción: vender todo lo que Tomás me hubiera regalado, joyas, propiedades, lo que fuera, y depositar el dinero en mi cuenta.
Guardé el acta de divorcio en mi bolso y me giré para marcharme tras una breve despedida.
Tomás intentó alcanzarme; su mano se quedó suspendida en el aire antes de caer.
—Graciela, tenemos que hablar. Aquel día en el hospital... no quise dejarte esperando. Había reporteros; no era el momento para que nos vieran juntos.
Sus palabras salieron atropelladas.
—¿Sigues enojada? He estado saturado... El embarazo de Beatriz ha sido difícil para ella. Los rumores en línea la tienen deprimida, y está aterrada de que la deje por ti.
—Gr