Valentina
Bianca estaba a mi lado, ordenando las bandejas de cupcakes. Gabriella organizaba los pequeños frascos con gomitas en la otra esquina del puesto.
Todo estaba perfecto, como lo esperábamos.
Pero mi mente no estaba aquí.
Estaba distraída mirando a los niños correr de un lado a otro, preguntándome si Nicola ya habría amenazado al primer niño que se acercara demasiado a Vittoria. No me sorprendería; su sobreprotección hacia nuestra hija siempre rozaba lo ridículo.
—¡Valentina! —exclamó Bianca, dándome un codazo.
Giré la cabeza justo a tiempo para ver a Alessia acercándose al puesto. No venía sola. A su lado, un hombre alto, de cabello oscuro y mirada intensa, caminaba con una confianza que me puso en alerta de inmediato.
Ella parecía nerviosa, aferrándose a su brazo, sin querer soltarlo. Pero él tenía una sonrisa despreocupada. Se detuvieron frente a nosotras y apartó suavemente su brazo del agarre de Alessia.
—Buenos días, hermosas damas —dijo, con un tono tan suave que me hi