El clímax fue una descarga eléctrica que sacudió el cuerpo de Dario, más violenta y prolongada que el ataque de tos que lo había hecho colapsar. Fue un grito silencioso que solo ellos dos compartieron. Al final, ambos quedaron exhaustos y sudorosos, jadeando en el vapor que creaba el contraste de la piel, contra la piel.
Luciana se desplomó sobre su pecho con la cabeza apoyada sobre su hombro, y él la abrazó con la poca fuerza que le quedaba, sin soltarla, anclando su barco en ella en medio de la tormenta interna, y externa.
— No me dejes — murmuró Dario, su voz ahora suave, libre de la fiebre alta y del delirio.
— Nunca — respondió ella, cerrando los ojos. Había traicionado su promesa, su pasado y, a su madre. Pero en los brazos de Dario, por primera vez en años, se sintió viva.
Después de unos minutos, Luciana se levantó. El sudor había bajado la temperatura de Dario, la toalla húmeda yacía en el suelo, y la vía intravenosa seguía haciendo su trabajo.
— Voy a cambiar las sábanas — d