En cuanto terminé de hablar, un murmullo recorrió a todos los presentes, mientras Fernando, pálido por la sorpresa, me jalaba del escenario con brusquedad.
—Mariana, ¿qué demonios estás haciendo?
Apenas iba a responder cuando Bárbara se acercó para sacarlo del apuro.
—Fer, no te molestes. Ya sabes cómo es Mari, a veces actúa sin pensar. Déjame hablar con ella a solas, no tomes tan en serio lo que dijo.
Acto seguido, me dedicó una sonrisa forzada y me llevó hacia un rincón apartado. Lejos de las miradas de Ricardo y Fernando, dejó caer la máscara.
—Ay, Mariana, ¿de verdad crees que a Fernando le asusta divorciarse de ti? Qué ocurrencia la tuya. No tienes ni idea de todo lo que ha hecho por mí estos años, ni de cuánto dinero ha gastado. —Hizo una breve pausa, sonriendo con burla, antes de añadir—: ¿Qué se siente no poder tener hijos? Porque yo sí voy a ser mamá. Y. quién sabe, igual y Fernando le deja toda su fortuna a mi hijo.
La mención del bebé encendió mi cólera.
Así que era