El sol de la tarde se colaba entre las palmeras y los árboles del jardín del palacio, creando sombras en los caminitos. Nefertari, con un velo finito en el pelo para evitar el polvo, paseaba sola, bueno, lo más sola que podía estar la hija del visir. Su amiga Baketamon estaba con su madre haciendo esencias, así que Nefertari aprovechó para irse a la parte tranquila de los jardines, cerca de un estanque lleno de flores de loto, donde casi no se oía nada.
Necesitaba un respiro. La mañana fue larga, llena de charlas raras sobre la llegada de Menkat. Su padre, Paser, hablaba de la boda como si fuera un acuerdo de paz, no un matrimonio. Su madre, Mutemwia, como siempre resignada, solo decía cosas sobre el deber y el honor. Nefertari sentía que el aire en el palacio se estaba poniendo más pesado.
Caminó por un sendero bordeando el estanque, con flores de loto abriéndose al sol. Había un puentecito de piedra, viejo y con musgo, que cruzaba un pequeño arroyo que llenaba el estanque. Era su sitio favorito, un lugar escondido donde podía estar tranquila.
Mientras cruzaba el puente, pensando en el ruido del agua, su pie patinó en una piedra suelta y mojada. De repente, se torció. Gritó al perder el equilibrio, moviendo los brazos para agarrarse a algo. Su corazón dio un vuelco al sentir que se caía y que iba a golpearse con las piedras del arroyo.
Pero no se cayó.
En un segundo, una mano fuerte la agarró del brazo, frenando su caída. La otra mano la sujetó por la cintura, dándole seguridad. El golpe fue suave, pero tener a un hombre tan cerca la dejó sin respiración. Olía a limpio, a cuero y a sol, mezclado con el aroma del jazmín, una mezcla rara pero atrayente.
Nefertari se puso de pie, con el corazón latiendo rápido. Miró hacia arriba y vio unos ojos oscuros que la miraban preocupados. Era él. El guardia. Ahmose.
Estaba quieto, con la mano en su brazo. Llevaba su uniforme de lino y su coraza, con la lanza apoyada en el suelo. Su cara, con el casco, era seria, pero sus ojos brillaban.
—Mi señora, ¿está bien? —Su voz era grave y tranquila, pero le hizo sentir algo en la piel. No era la voz de un sirviente, ni de alguien de la corte. Era la voz de un hombre que conocía su lugar, pero que hablaba con autoridad.
Nefertari se sonrojó. Nunca había estado tan cerca de un hombre que no fuera su padre o su hermano, y menos de un guardia.
—Sí… sí, estoy bien. Gracias. Me he resbalado.
Ahmose quitó su mano de su cintura, pero siguió agarrándola del brazo un segundo más, como para asegurarse de que estaba bien. La piel de Nefertari se puso nerviosa donde la había tocado. Se miraron, en silencio. En esos segundos, el mundo desapareció. Las flores de loto, el arroyo, hasta el palacio, todo se volvió borroso. Solo estaban ellos dos, bajo el sol de la tarde, en ese rincón del jardín.
Los ojos de Ahmose eran profundos, sin la falsedad que Nefertari veía en los hombres de la corte. No había avaricia, ni ambición, solo sinceridad y fuerza. Y en ellos, Nefertari sintió algo nuevo: seguridad, sentirse protegida, ser vista como ella misma y no como la hija del visir.
Ahmose intentaba mantener la calma. La había visto antes, claro, en el palacio, como una figura elegante. Pero tenerla tan cerca, sentir su brazo bajo su mano, verla vulnerable… era diferente. Era muy bella, pero su mirada, entre tristeza y rebeldía, lo cautivó. Recordó lo que dijo Hammu sobre los problemas del palacio y sobre Nefertari. Tenía que protegerla, pero no así, no sintiendo esto.
Al final, Ahmose soltó su brazo, dando un paso atrás.
—Tenga cuidado, mi señora. Estas piedras son peligrosas.
—Lo tendré —respondió Nefertari en voz baja. Quería decir algo más, preguntarle su nombre, darle las gracias, pero no pudo. Se quedó callada.
Ahmose asintió, mirándola un momento, como si quisiera recordarla. Luego, se giró y siguió su camino, desapareciendo entre los arbustos del jardín.
Nefertari se quedó allí, con el corazón latiendo fuerte. Se tocó el brazo donde él la había sujetado, sintiendo su calor. El aire no parecía tan pesado. La jaula dorada no se sentía tan cerrada. Había visto algo diferente, algo más allá de lo que se esperaba de ella. Un guardia, un encuentro casual.