Capitulo 4

El palacio de Paser estaba a tope. No era el trajín normal de los criados y guardias; era algo más, una energía tensa que anunciaba algo importante. Los patios estaban impecables, las fuentes echaban más agua de lo normal, y las mejores alfombras cubrían los salones. El aire olía a incienso, flores frescas y el miedo de los que corrían para tener todo listo.

Nefertari veía todo desde su balcón, con un mal presentimiento. Sabía por qué tanto lío: el príncipe Menkat, sobrino del faraón, llegaba. Su padre, Paser, llevaba semanas hablando de esto, con una mezcla de emoción y seriedad que a Nefertari le daba mala espina. No era una visita cualquiera, sino una revisión. Una evaluación. Y ella era el objetivo.

Baketamon entró con fruta fresca y cara seria: —Mi señora, el visir dice que se prepare. El príncipe Menkat está por llegar, ya se ve su gente en la distancia.

Nefertari sintió un escalofrío, a pesar del calor. —¿Tan pronto? Pensé que teníamos más tiempo.

—Los príncipes no esperan —dijo Baketamon—. El faraón Amonhoteph le dio permiso especial para este viaje. Es un gran honor.

Nefertari se giró, con tristeza en los ojos. Baketamon la conocía bien.

—¿Honor? ¿O una cadena más?

Baketamon no contestó, solo la ayudó a elegir un vestido. Eligieron uno azul oscuro, que le quedaba muy bien con su piel y sus ojos, con un collar sencillo. Nefertari se sentía como una muñeca, vestida para algo que no quería.

Al poco, las trompetas y los tambores anunciaron la llegada. Se oyeron voces en el patio. Nefertari miró desde el balcón, con recelo.

Abajo, llegaba gente a lo grande: carrozas doradas tiradas por caballos blancos con plumas, guardias con armaduras brillantes, y un montón de sirvientes y nobles. En medio, bajando de una carroza enorme, estaba él: Menkat.

Era alto, con pelo oscuro y ojos que, desde lejos, parecían fríos. Cuando saludó a Paser, sonrió de forma amplia y segura, casi creída. Se movía como si tuviera todo el poder del mundo. No era humilde, ni tenía la nobleza que Nefertari había visto en los ojos de un simple guardia. Menkat no veía personas, solo el estatus y lo que le convenía.

Nefertari se apartó del balcón con un nudo en el estómago. Estaba segura: ese hombre no era para ella. No quería pasar el resto de su vida aguantando su arrogancia.

Un rato después, un sirviente dijo que el visir Paser quería ver a Nefertari y Mutemwia en la sala de recepción. Nefertari respiró hondo, intentando calmarse.

Cuando entraron, Paser estaba con Menkat, sonriendo los dos. Menkat la miró como si fuera un objeto.

—Mi hermosa Nefertari —dijo Paser, contento, algo que Nefertari no compartía—. El príncipe Menkat ha llegado.

Menkat se acercó, sonriendo sin ganas.

—Doncella Nefertari, es un gusto conocer a la famosa hija del visir. Es aún más bella de lo que dicen.

Nefertari hizo una reverencia, mirando al suelo, intentando no mostrar lo que sentía.

—Príncipe Menkat, bienvenido a casa de mi padre.

Al principio, todo fueron formalidades, preguntas sobre el viaje de Menkat y comentarios sobre lo bien que iba Menfis. Nefertari contestaba con aburrimiento, pensando en otra cosa, notando la mirada de Menkat. Él hablaba de sus logros, de su poder en la corte, de sus planes de futuro, siempre hablando de sí mismo.

Al final, Paser tosió para llamar la atención. Sonrió más, con una alegría que Nefertari temía.

—Tengo algo que contarles que nos hace muy felices. El príncipe Menkat y yo hemos hablado mucho estos meses. Y con el permiso del gran Faraón Amonhoteph, hemos acordado una unión que traerá honor y prosperidad a nuestras familias.

A Nefertari se le encogió el corazón. Sabía lo que iba a pasar. Apretó las manos. Mutemwia, a su lado, bajó la mirada, resignada.

Paser siguió, con voz satisfecha: —Me complace anunciar el compromiso de mi hija, Nefertari, con el príncipe Menkat. Esta unión unirá a nuestras familias y asegurará un buen futuro para Egipto.

Se hizo el silencio. Menkat sonrió, victorioso. Nefertari sintió que le faltaba el aire. Era oficial, estaba atrapada. Miró a Menkat a los ojos, que brillaban con una satisfacción que le daba asco. No había amor, ni respeto, solo posesión.

Quería gritar, salir corriendo, desaparecer. Pero se controló y se quedó quieta, como una estatua, mientras la felicitaban. Por dentro, gritaba. Su voz, su verdadero ser, había sido silenciado. Y en ese momento, más que nunca, quería ser libre como el Nilo.

La noticia del compromiso golpeó a Nefertari como un balde de agua helada. Tras la ceremonia que resultó larguísima y llena de discursos aburridos y sonrisas falsas, se encerró en sus aposentos casi sin aire. Se tiró en el diván, arrugando la tela de su vestido, y se tapó la cara.

Baketamon entró al rato, con agua fresca y cara de preocupación. Dejó la jarra y se arrodilló junto a Nefertari, tocándole el hombro.

—Mi señora... ¿está bien? —preguntó en voz baja.

Nefertari levantó la mirada, con los ojos rojos pero secos. Ya no le quedaban lágrimas, solo un vacío enorme.

—¿Bien, Baketamon? ¿Cómo voy a estarlo? Mi padre me ha vendido. Me ha entregado a ese... a ese arrogante.

Baketamon suspiró, entendiendo su dolor.

—El príncipe Menkat es... un buen partido, mi señora. Es sobrino del faraón.

—Es un hombre vacío, Baketamon —interrumpió Nefertari, con una rabia que sorprendió a la sirvienta—. No ve más allá de sí mismo. Solo habla de poder, de tierras. ¿Crees que le importo? ¿Que tengo sueños? No. Solo soy un premio.

Se levantó y empezó a caminar por la habitación, dando vueltas.

—Y lo peor, Baketamon, es otra cosa. No puedo dejar de pensar en... aquel encuentro.

Baketamon frunció el ceño, confundida.

—¿Cuál, mi señora?

Nefertari se detuvo, mirando a la nada.

—El guardia. El que me salvó en el jardín de una caída. Sus ojos... no eran como los de Menkat. Eran... de verdad. Fuertes. Y cuando me sujetó... me sentí segura como nunca. Es una locura, lo sé. Un simple guardia. Pero me impactó más su mirada que todos los discursos de Menkat juntos.

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