El faro de Luminaria emergía como una espina de luz en medio de la noche, brillando con una calidez que contrastaba con la niebla persistente de los días anteriores. La luna colgaba del cielo como una moneda antigua, inmensa y serena, bañando de plata las almenas y las torres, haciendo que hasta los tejados tuvieran un resplandor digno de los cuentos.
Lykos no se detuvo al cruzar la puerta principal. Sus botas resonaban contra la piedra como tambores de guerra, aunque no era la batalla lo que lo empujaba ahora, sino la urgencia de volver a aquello que le era esencial: su familia. Su lobo interior rugía de alivio al olerla, incluso antes de verla. El perfume de Amara era inconfundible: jazmín nocturno con un toque metálico, sutil y dulce, como el eco de una promesa hecha en otro tiempo.
La encontró en el patio, de pie entre las columnas, con los brazos cruzados y los ojos brillando como cristales violetas ba