El alba rompió con un estremecimiento de oro sobre Luminaria. La última runa —tallada con tinta de pétalos de luna y sangre de cristal— vibró bajo los dedos de Vania mientras ella exhalaba un suspiro de aliento rúnico, sellando para siempre la última pieza del gran escudo viviente. El faro restaurado, erguido en lo alto de la colina, respondió con una onda de luz cálida que descendió por las almenas y se deslizó hacia las murallas como un eco luminoso. A lo lejos, las campanas repicaron sin prisa, anunciando no el peligro, sino el triunfo.
En el corazón de la ciudad, los rumores corrían más rápidos que el rocío: el ritual estaba completo. Una calma radiante se derramó por las calles como un bálsamo. Aunque el conflicto seguía latente en el horizonte, al menos por un momento, la gente sintió que podía respirar con