Las semanas siguientes a la reunión del Consejo de la Aurora estuvieron marcadas por un movimiento constante. La alianza, revitalizada por el pacto renovado, se volcó por completo en la defensa de sus límites naturales. El mar, hasta entonces una frontera casi olvidada, comenzó a recibir una atención especial. Las señales detectadas en Verdeluz, los rituales oscuros y la posibilidad de que la niebla estuviese buscando nuevas rutas para expandirse hicieron evidente una verdad inquietante: la amenaza podía llegar también desde las profundidades.
Se decidió construir seis estaciones submarinas a lo largo de la costa, alineadas estratégicamente cerca de grietas marinas y zonas donde la corriente mágica fluctuaba con más fuerza. Cada estación cumpliría una doble función: vigilar posibles focos de niebla residual y purificar el flujo energético que conectaba la tierra con el océano.La alianza se dividió el trabajo con eficiencia. Los guardias humanos ofrecieron sus emba