El corazón de Liam latía como un tambor malherido, cada contracción una súplica desesperada que retumbaba en el silencio quirúrgico del hospital. El quirófano olía a metal y urgencia, y los monitores eran los únicos que no mentían: su vida pendía de cifras inestables y alarmas insistentes.
El impacto de la bala había perforado su tórax, atravesando piel, músculo y un vaso intercostal que lo desangraba desde dentro.—¡Presión bajando! —gritó uno de los cirujanos mientras colocaban un tubo de drenaje torácico y activaban el protocolo de reanimación.—¡Sutura! ¡Compresas! ¡Necesito más unidades de O negativo, ya!
Elijah observaba desde detrá