Dos días después, Damien se encontraba en su oficina, mirando fijamente la pantalla de su laptop. Las imágenes seguían allí, congeladas. Pero algo no encajaba.

Las sombras. La dirección de la luz. El reflejo distorsionado en el ventanal detrás de Sophie.

—Maldita sea… —murmuró, ampliando la imagen.

No era una coincidencia. Era una manipulación. Rachel. Claro que había sido ella. La mujer más competitiva, egoísta y peligrosa de todas las que había conocido. No soportaría perder, ni siquiera en el terreno del amor.

Cerró la laptop con un golpe seco. Su rostro era una máscara de determinación helada.

—Si esto es un juego, Rachel… —murmuró, mirando las luces de Manhattan a lo lejos—. Te juro que no sabes con quién te metiste.

Y en el fondo, entre la rabia y el orgullo her