La habitación de Emma teñida de una suave luz cálida. Las paredes con papel tapiz de flores color pastel parecían abrazar la quietud de la noche. En la cama, rodeada de peluches y cojines, Emma se acomodaba con la cabeza sobre la almohada, con las pestañas a medio caer. Ana Lucía estaba sentada a su lado, acariciándole la frente con ternura.
—¿Me cuentas uno de tus cuentos? —murmuró la niña, con la voz apagada por el sueño.
Ana asintió con una sonrisa suave.
—Claro, pero esta vez será uno especial. Uno que no está en los libros —susurró, ajustando la sábana sobre el cuerpecito de Emma.
La voz de Ana se volvió más baja, melódica, como si acariciara cada palabra mientras comenzaba a narrar una historia sobre una estrella que se caía del cielo buscando un lugar donde sentirse amada. Emma, con los ojos cada vez más pesados, se aferraba a las últimas frases como si fueran sueños líquidos flotando entre realidad y fantasía.
—Y cuando la estrella encontró esa pequeña niña de corazón brillant